La verdad es que sobradamente conocida es la calidad y hasta el origen del champán atribuido a nuestros vecinos franceses. A expensas y con las reservas de que alguna investigación pasada o futura revele la intervención de algún chino en el proceso, o se relacione el mismo con Marco Polo o algún asiático oriundo. Pero dando por buena y consabida la tradicional asignación histórica y dando fe de la calidad reconocible del champán francés, lo cierto es que albergo esperanzas de nuestra capacidad competitiva al respecto más allá de nuestro cava, porque a burbujas nos ganan pocos y si las juntamos igual conseguimos un caldo inigualable y seguro que único.

Con un poco de visión crítica o analítica son fácilmente identificables en nuestra península burbujas varias de magnitudes considerables: burbuja inmobiliaria, financiera, política, emprendedora, energética… Cualquiera de ellas para generar marca propia; y todas ellas juntas dignas de justificar una reflexión a fondo sobre la tendencia. A mí se me ocurre que una de las motivaciones de esa generación “gaseosa”, no necesariamente espontánea, es la falta de estrategia país o cuando menos de claridad en la misma, de modo que se recurre o surge ese ánimo especulativo y esa espiral de compro-vendo que va distanciando valores reales y de mercado hasta convertir el mercado en una entelequia que explota. Sin embargo el denominador común de nuestras burbujas también es sintomático: la intervención pública. Directa o indirectamente se incentivan e “inflan” las burbujas por el impulso de acciones y medidas del gobierno y del sector público. Esto ha estado presente en el ámbito inmobiliario (deducciones por compra de vivienda, por ejemplo…), en el financiero (casi mejor no mencionar lo de las cajas y sus consecuencias, por grave, reciente y sobradamente conocido); en el ámbito energético (ese mundo insondable y para expertos, al que se aportó la idea de primar la inversión y cuyo resultado hoy pagamos directamente en facturas varias, amén de seguir siendo alarmantemente deficitarios en producción energética y seguir sin estrategia al respecto)… Y mención especial para las más recientes o más recientemente descubiertas: la burbuja política o del sector público, con un panorama de cargos que sobre todo suponen una carga inasumible para el país, derivada de una concepción de la actividad política o del funcionamiento de los partidos que precisa transformación urgente, al igual que una función pública en imprescindible revisión, pero cuya matización contenida y temerosa no sería solución, porque estamos llamados a un cambio drástico en todo ello. La política no puede ser un medio de vida ilimitado sino un servicio público lleno de responsabilidad, limitación y conseguido con méritos múltiples y variados; y la función pública no puede ser un refugio infranqueable e indefinido cuya puerta sean un mérito coyuntural sino está vinculado a una responsabilidad y un desempeño óptimo y evaluable permanentemente. Esta burbuja se ha hecho especialmente incómoda por el “olor “ que llegan a desprender  sus matices y exponentes corruptos, que llegan a contaminar y desprestigiar a todo el conjunto que en sí es necesario y con ejemplos muy elogiables.

Y finalmente, una burbuja que se atisba todavía porque está quizás en proceso de inflado: la de los emprendedores. La estrategia de emprendimiento no puede entenderse como una salida de emergencia para aliviar estadística, sino que verdaderamente debe gestionarse como una convicción conceptual y cultural traducida en normas y en proyección, y ello conlleva no limitar la idea de emprendedor ni su figura y promoverlo como actitud vital, no separarlo de la actividad empresarial o confrontarlo y alternarlo con el empresario, estimular la empresa en todas sus dimensiones y vertientes; e impulsar al empresario en sus diversas manifestaciones, enlazando los pasos y estadíos de su trayectoria: inicio, despegue, consolidación, crecimiento… y principalmente, conformar un hábitat adecuado para su proliferación sin más injerencia, con los esfuerzos consiguientes a modo de incentivos y estímulos fiscales, bonificaciones y flexibilidad laboral, proporcionalidad tributaria, financiación accesible…

El mandato constitucional convierte a nuestros poderes públicos en garantes de un marco adecuado para que la actividad económica se desarrolle de un modo óptimo, que a su vez revierta en beneficio de toda la sociedad, y ello no puede ser entendido como una puerta abierta a convertirse en agente económico interesado, a ser juez y parte, a utilizar el poder legislativo como soplete selectivo del sistema. Se trata de cuidar el mercado, protegerlo de fieras y amenazas pero no hasta el punto de ser el “lobo”. Aunque tampoco olvido que esa llamada “cultura del pelotazo” tan española, nos hace muy sensibles a estos virus especulativos, que acogemos con naturalidad y desarrollamos con agilidad, y sin solución de continuidad, hasta el punto que cada uno parece la solución del anterior… y así nos vemos juntando “burbujas” que ahora intentmos “pinchar”, pero de nada servirá sin un “reset” educativo y cultural, sin una definición estratégica cuidadosa y firme, y sin una apuesta por el mérito y la responsabilidad como elementos esenciales.

Definitivamente, las burbujas mejor para el champán y si hemos de competir mejor con cava, que a este paso vienen los de Moet y montan una fábrica por aquí… en el lugar donde le ofrezcan mejores condiciones fiscales y urbanísticas, claro.