Es este un concepto que me apasiona a la par que me inspira. He leído y escuchado sobre él en abundancia y creo en su capacidad transformadora y en su poder de presente y de futuro. Lo primero pasa por asumir el liderazgo desde su principal valor: ser reconocido y sostenido como tal por los demás, esto es, el líder adquiere su verdadera dimensión y sentido a partir de quienes lo asumen y aprecian como tal, el líder auto proclamado o impuesto se devalúa y desvirtúa casi desde el origen. El liderazgo tiene que ver con el mérito, con la auctoritas del latín, mucho más que con la autoridad, y son los seguidores, compañeros, apoyos, colaboradores…los que dignifican esa condición y sirven de baremo a su legitimidad, si bien, el peso de aquellos tiene más que ver con la cualidad que con la cantidad, sin que esta deje de tener su importancia.

Otra cuestión a ponderar y discernir es el concepto de innovación donde somos presa fácil de la excesiva limitación o especialización del término y al mismo tiempo estamos en permanente riesgo de utilizarlo y aplicarlo con excesiva alegría. El eclecticismo deseable se sitúa en no circunscribirlo exclusivamente a la tecnología o la investigación científica, o identificarlo la “invención”, ni tampoco atribuirlo a cualquier originalidad o creatividad. Todo ello puede ser innovación y puede no serlo, hay innovación en resultados, también en procesos y formas, en modelos, en estilos, en ejecución o en desarrollos… Y en todo caso la sensibilidad para detectar la innovación y la “pista” para hacer seguimiento y profundizar, nos la da la dosis de diferenciación del producto o su servicio, de su presentación o exposición. Pocas cosas hay menos innovadoras que ser restrictivos en la propia consideración de la innovación, esto es, ser pacatos a la hora de calificar como innovadores formatos o propuestas. Incluso la innovación puede ser una seña de identidad transversal, un ánimo intrínseco, vinculable al liderazgo y a cualquier desempeño. Es comprensible segmentarlo, parcelarlo, someterlo a indicadores técnicos diversos según materias, pero cerrarlo o encapsularlo es degenerarlo, porque la propia innovación requiere amplitud per se.

Situado el contexto, y en tiempos donde la competitividad es pilar y objetivo de cualquier planteamiento, la innovación es contenido imprescindible en cualquier ámbito e inquietud permanente como motor de impulso para toda actividad. Así en el liderazgo apostar por la innovación tiene que ver con cierta irreverencia: saltarse lo establecido, no respetar lo previsible o presupuesto, atreverse con lo diferente… El liderazgo irreverente de la actualidad 2.0 pasa por gestionar y estimular el compromiso de las personas, por implicar e incentivar el talento, por la capacidad de conseguir que todos den lo mejor de sí mismos, pasa por apasionarse para apasionar…hoy, en el mundo de los nativos digitales, de la virtualidad y la vida on line, se sigue a quien nos hace sentirnos “personas”. Es una suerte de liderazgo emocional, donde el poder se distribuye, delega y confía desde un nexo basado en la percepción de auto-realización, en la oportunidad de desarrollo personal, en resumen, en hacer que nos sintamos útiles e importantes…

El liderazgo irreverente es un camino fiable a la innovación más auténtica, porque la innovación más inigualable y diferenciadora, lo único que no se puede copiar, ni plagiar, es la persona motivada, desencadenada y aplicando su talento con compromiso. El liderazgo irreverente es senda de innovación porque es germen de un ecosistema personalísimo a base de personalidades concurrentes e irrepetibles unidas en pos de retos comunes.