El calado de lo que se propone en el título es mayor de lo que su primera impresión puede suscitar. Y ello porque esta cuestión late o sostiene la base de una determinada cultura o mentalidad empresarial, que es la raíz del problema o el principio de cualquier solución a las visicitudes de nuestra organización económica o nuestro sistema productivo. Empresa y negocio no sólo no son lo mismo, si no que resultan completamente diferentes. Así, una empresa puede ser un negocio, pero un negocio no es necesariamente una empresa. Toda empresa puede llegar a ser un buen negocio, y todo negocio podría, e incluso debería reconducirse a ser una buena empresa para crecer o sostenerse como negocio.

No se trata de un juego de palabras. Estamos ante una delimitación conceptual que nos puede ayudar a explicar muchas cosas, y sobre todo implica una invitación a una reflexión en absoluto huera o intrascendente, más bien al contrario llena de sentido y prioritaria para identificar posicionamientos y justificar situaciones.

La pretensión no se centra en la definición técnica o teórica de empresa, ni en desarrollar teorias macroeconómicas. Considero más práctico y clarificador ocuparnos de la relación de contenidos que deben reconocerse en una empresa para después recurrir al método comparativo. De este modo, la empresa como tal requiere de una planificación estratégica meditada, diseñada y reflejada en un programa específico con sus objetivos, sus líneas de acción, su temporalización… también debe contar con un análisis de previsiones económicas, un presupuesto detallado de cada ejercicio, con un plan de revisiones y de evaluación de los distintos documentos organizativos con sus indicadores correspondientes; debe preocuparse de desarrollar, aunque sea básicamente, un protocolo de actuación y de funcionamiento; debe programar y aplicar un mínimo plan de formación para su personal y para el propio empresario… Todo ello desde un prisma dinámico, y desde la perspectiva de configurar una base estable pero flexible, revisable y con margen de adaptación al contexto socio-económico donde se localice la actividad. Estos son algunos elementos esenciales que vienen a darnos claves de diferenciación y de identificación de una empresa frente a otros procesos de generación de lucro o de actividad onerosa.

Y también me anticipo, para propiciar un discernimiento de mayor enjundia, a la tentación de argumentar que tales exigencias de planificación, formación u organización no son razonablemente extrapolables al negocio, al autónomo, al pequeño y humilde empresario; pues basta presentar la proporcionalidad, la equidad, el mero sentido común, y la escala de exigencias, para fundamentar que es plenamente factible recomendar y apoyar la presencia de tales elementos en el desarrollo de una actividad económica, con el simple ajuste baremable de adaptar el formato al tamaño del sujeto y de su objetivo. La sostenibilidad (bendita y manida palabra en nuestros tiempos) de muchos negocios pasan por este reciclaje funcional y metodológico, que dotará a cada actividad de una estimable capacidad para identificarse, definirse, anticiparse y evaluarse. Y consiste más en un esfuerzo de autoregulación y autoorganización, de plasmar lo que pienso en, de y sobre mi actividad, que de elaborar complejas tablas o documentos normados.

Finalmente, desciendo al terreno más gráfico e ilustrativo posible después de la alocución inicial: comprar un piso por 10 y venderlo por 20, es un gran negocio pero no es en la mayoría de sus términos una empresa. Huyendo del denostado ladrillo y del reduccionismo del ejemplo anterior, vender un producto o prestar un servicio con mayor o menor margen de beneficio no implica necesariamente que nos encontremos ante una empresa, o ante un empresario; sí ante un emprendedor o ante un potencial empresario; y a lo mejor con alguien con mayores ingresos que muchos empresarios… Y es una buena plataforma, idílica para levantar una empresa, pero esa venta, esa prestación por sí sola, por muy lucrativa y continuada que sea, no constituye directamente una empresa. Por tanto no estamos refiriéndonos a la dimensión o al tamaño, ni siquiera al número de empleados, ni al volumen de facturación o cifra de negocio, sino a factores como contenido y tiempo, como firmeza, capacidad de respuesta y solidez, a filosofía, marca, objetivos y forma de ser y hacer. El negocio en su principio, desarrollo y final se ha respondido a sí mismo muchas menos preguntas (sería suficiente qué y por cuánto) que la empresa (por qué, para qué, para quién, cómo, hasta cuándo, por dónde, con quién, qué necesito, qué necesitan, qué cambio, …) y sus protagonistas, y eso lo hace más débil… El negocio puede surgir, la empresa ineludiblemente hay que hacerla, construirla, sostenerla y alimentarla… El negocio es un fin en sí mismo, la empresa es un medio para muchos fines entre los que está el negocio… El negocio aparece en el camino de la empresa, sin embargo la empresa en la mayoría de las ocasiones no secunda, sucede o consolida el negocio. Convertir los negocios en empresas, y posibilitar que las empresas hagan grandes negocios es el reto y la dicotomía clave del sistema productivo de nuestra región en particular. La secuencia se recorre a base de mentalización, de convencimiento, de medios, de inversión, de cooperación, de profesionalización, y de formación. Son imprescindibles los negocios en las empresas, pero tanto o más imprescindible es que los negocios sean realizados por empresas. Todos debemos cuestionarnos esto para clarificar nuestra posición y el camino a recorrer, es una responsabilidad y una exigencia del propio sistema competitivo en el que hemos de desenvolvernos.