El ámbito de la dirección empresarial, de las organizaciones, del liderazgo o la representación política o institucional está muy marcado por un criterio endogámico y “calcificante” que dificulta su propio enriquecimiento y oxigenación: “conmigo o contra mí”. Esto se traduce en un modo de articular la lealtad que desconfía de la diversidad, se protege del talento descontrolado, y procura un discurso monocolor y siempre de connotaciones medidas y establecidas. Esto se puede explicar, y hasta justificar, en un legítimo interés de orden y protección pero puede acabar siendo un impulso a la mediocridad y generar un círculo oligárquico y perverso donde predomine la anuencia, el servilismo, y la falta de perspectiva.

Las organizaciones de cualquier índole se deterioran en la medida en que sus miembros pierden el sentido crítico, o la capacidad responsable de implicar sus capacidades para objetivos colectivos. Establecen muros de contención con puertas estrechas por las que sólo entran aquellos que hablan igual, piensan igual, actúan igual,… o pueden llegar a hacerlo… Emergen sus defensas y se activan sus alarmas frente al que dentro de los muros propone o dispone de forma diferenciadora. La organización se convierte en una ordenación medida de voluntades, conductas, competencias…que se pulen para que encajen compactas y uniformes. Se lima en su seno o se anestesia el ánimo emprendedor, el aire de cambio o innovación que no se canalice en los cánones establecidos y por aquellos que acaban concibiendo que lo de muchos les pertenece más que a nadie, o que terminan por convenir lo que es un servicio transitorio en su exclusivo y necesario medio de vida, que han de proteger y conservar. Así, los colectivos se alejan de ser la suma de personalidades y talentos diversos que conviven, comparten y trabajan colaborativamente por y para intereses y fines comunes; para acercarse a una configuración donde esos intereses o beneficios comunes son el filtro para sumar o no personalidades y descartar otras; se deja de compartir el camino con todo aquel que quiera o pueda aportar, para construir un edificio donde sólo entra el que aporta desde y con unos parámetros determinados.

Y en este contexto de tendencia monocolor y controlable, la independencia es catalogada como amenaza, identificar y reconocer al independiente se complica y obstaculiza, y dar margen al talento independiente es sólo la opción de algún visionario… Independiente no quiere decir infalible, sino que comete sus propios, errores, que coincide en opinión y/o acción con uno, con todos o con nadie, en suma que tiene criterio y visión propia, y eso ya es digno de valorar y aprovechar. Sin embargo, detectar al independiente es sinónimo de intentar pasarlo por el tamiz o el barniz que nos interesa, porque hay una obsesión compulsiva con el “etiquetado” del sujeto y sus actos, hasta el punto que lo que uno es o hace se sitúa y describe cuando se localiza en un color, en un lado o se posiciona con algo o alguien.

Son tiempos para la osadía, y para el talento independiente, porque es mucho más apasionante compartir nuestro camino que hacer un camino que no es nuestro y en el que terminamos por no ser nosotros. Son tiempos para percibir y aprovechar la aportación de un independiente porque tendrá una perspectiva más allá de muros, puertas y estereotipos. Sumar talentos independientes es garantizarse dinamismo, inquietud.

Son tiempos de emprendimiento, y de osadía… La osadía de ser emprendedor, la osadía de ser independiente.