Resulta ciertamente agotador este circuito de planes de pago a proveedores, su anuncio, aprobación y pretendida aplicación, que se viene sucediendo en nuestra historia reciente. Es una fotografía y texto correlativo de BOE o Diario Oficial equivalente, que se sucede de modo recurrente ocupando páginas de periódicos y otros medios y también documentos más técnicos del conducto oficial. Y, Dios me libre, de reprochar la finalidad o solución que aportan para paliar una realidad, y aquí es donde radica el reproche, no termina de corregirse.

Porque claro, este debería ser un mecanismo de liquidación, rectificación o compensación puntual, no una herramienta repetitiva o un método de financiación pública encubierto. Sí, puede sonar, agresiva la calificación, pero asistimos a la aplicación y presentación un sistema salvador o salvavidas después de habernos tirado al agua; y caemos en la tentación de convertir en general y acostumbrado o frecuente lo que debería ser muy excepcional. Claro, te ves con el agua al cuello y cualquier flotador te parece bueno para sobrevivir y mantenerte a flote, aunque esté pinchado, llegando a olvidar como llegamos a esa situación, a estar ahogados. Se nos despierta cierto instinto masoquista y repetimos proceso una y otra vez con la esperanza de que cambie o la certeza de que en un mal menor, surgirá el plan salvador… no pensamos en dejar de navegar, en hacernos de “secano radical”, en alejarnos del agua… Pero es que poco a poco se nos apagan o anestesian y adormecen las señales de alarma que pueden generar alternativas: buscar otras aguas, fabricar nuestros botes, o salvavidas propios, y nos acostumbramos al rescate como un privilegio; a que el médico nos pegue y nos cure después las heridas.

Cabe apreciar en general, y muy en particular cuando se trata de pagos y cobros, cierto “síndrome de Estocolmo referido a lo público, a la Administración”…. Asumimos y aceptamos el maltrato con una, hasta elegante, resignación. Pero es que lo que pudo ser recibido con vítores y elogios merecidos al repetirse una sola vez más, desvirtúa su sentido, porque a partir de configurarse como medida de emergencia, el siguiente paso era sentar las bases preventivas, normativas y culturales necesarias para evitar el recurso excepcional. En cambio, insisto, la Administración se ampara y alimenta de este método, que lejos de ser improvisación va adquiriendo un tufo a financiación pública subliminal, a costa de quien tiene poca o ninguna financiación. Por tanto, la sospecha es que tiende a consolidarse como práctica solventar el incumplimiento alevoso y previsto con un procedimiento que se generaliza cuando su origen y fisonomía es puntual y aislada.

Sería mucho más coherente no tener que acudir a este mecanismo y eso sería posible si se produce una transformación radical de la cultura o mentalidad de la Administración como cliente, y se adopta una postura comprometida, consecuente y constructiva con los proveedores de lo público, lejos de la dictadura de condiciones reinante y aliviada a base de “pasamanos” normativos y “apósitos” financieros. Es más, además de esa mentalidad o entrenamiento gestor, habría que exigir el mero y descuidado cumplimiento normativo, esto es, bastaría con que las partes se atuvieran escrupolosa y rigurosamente a la Ley de Morosidad, tan palmaria como desatendida y proclamada. Y en estas llegamos a un silogismo o circunloquio, según el contexto de reflexión, notoriamente perverso o peligroso: plan de pago a proveedores como mecanismo paliativo de un incumplimiento normativo de la Administración en sentido amplio… Es para hacérselo mirar y no ser presas de la inconsciencia producida por un golpe de la misma mano que luego nos pretende curar.

Y en esas, te despiertas y se repiten los momentos y las instantáneas: busco clientes, no hay, me vale hasta la Administración, licitas por poco o casi nada (trampa), te adjudican un concurso  y prestas un servicio o suministras un producto o ejecutas una obra (pocas), o simplemente vendes o sirves por un contrato, no te pagan en los plazos previstos, y al final, viene “san plan” y te agarras al flotador; y vuelta a emprezar.