PLATERO INVERSO.Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…

Así describía Juan Ramón Jiménez al entrañable burrito de ese libro lleno de ternura que siempre me impactó y me impacta, porque esta lleno de sensibilidad, de sencillez, de verdad…  Y llevan unos días saltando en mi mente sus palabras y su recuerdo, porque cada vez me declaro un mayor defensor del poder de la sensibilidad. Tradicionalmente nos invitan a ser “duros”, a definir la fortaleza como la capacidad de soportar y enfrentar situaciones sin apenas merma o desgaste, a derrotar y avasallar a presuntos oponentes sin resquicio de piedad o arrepentimiento… En cambio, yo me descubro un convencido de que el más fuerte es aquel capaz de asumir, vivir y convivir con su vulnerabilidad, aquel que es capaz de emocionarse y gestionar sus sentimientos, aquel que siente y porque siente actúa, que actúa sintiendo…

Sin embargo, es difícil resistirse a la autoprotección, a envolver ese “algodón sentimental” a base de distancia, timidez, seriedad, incluso cierta rudeza o de una coraza hierática, que sirva de obstáculo a quienes interpretan e identifican sensibilidad con debilidad. Al revés que el burrito Platero, duros por fuera y blandos por dentro, para enfrentar y afrontar un mundo de estereotipos y roles distorsionados, caducos y hasta perversos y contradictorios.

Yo creo en la valentía de quien se empapa de sus sentimientos, de quien los vierte con moderación en un circuito de sensatez-insensatez… ¿Qué mayor fuerza que enseñar lo de dentro y mostrar ser consecuente con ello?. Puede tener que ver con la lágrima, pero sobre todo con la empatía, la solidaridad, la justicia, el desvelo por los demás, con la responsabilidad profunda… El sensible se equivoca y lo siente, se rehace y lucha, se construye y reconstruye en un proceso incesante lleno de desgaste pero también de compromiso. Su esencia es la autenticidad. Sentir por el otro y sentirse con y por el otro. En un mundo de personas y para personas, la sensibilidad debería ser la piel que habitamos, la dirección de nuestros pasos, el motivo de nuestros pensamientos. La sensibilidad es lo que convierte la mirada en visión, la ilusión en acción, el miedo en superación, la duda en oportunidad, el silencio en pensamiento, la palabra en hechos….

Blandos por dentro como Platero por fuera, encorchados por fuera para flotar en el sufrimiento, el cuerpo encallado y la sonrisa hibernando en una cueva de protección bañada por lágrimas que caen hacia dentro… Suaves por dentro, prestos a emocionarse con una melodía, con un triunfo de otro, con el llanto de un amigo o de un desconocido, a entregarse al dolor de cualquiera… Caparazón barnizado a base de razón, de soledad y de silencio, de humor distinto, de sarcasmo o cinismo,… Todo para ahuyentar al que no merece acariciar sus recovecos porque en su forma no hay lugar para lo tierno. Blandos por dentro, y esa es su dureza, la dureza del sentimiento que nos mueve, nos sostiene o nos impulsa. Como la tierra misma que escarbada se muestra accesible, tras capas de freno y resistencia. La dureza de sentir, es el camino que nos hace más fuertes, porque el que siente supera el temor más grande: ser auténticamente uno. Blandos por dentro, es lo que nos hace inmunes por fuera porque corazón y piel se mezclan para mover pensamientos y hechos.

Plateros pero al revés, o si acaso, algodones enteros, Plateros invertidos, y el mundo será distinto, mejor, más auténtico.