Todo cargo debe implicar una carga proporcionada en forma de responsabilidad, desempeño, compromiso y decisiones. El peso de la carga y su desarrollo es la electricidad que debiera convertir el cargo del “sillón” en transitorio u ocasional, porque si uno se acomoda al sillón, ajusta la carga y sus movimientos para no arriesgar el asiento, acaba por convertir el sillón en poltrona con mando a distancia en el reposa – brazo y la carga en una moneda de cambio.

En mi trayectoria he tenido la oportunidad de ocupar determinados puestos, y desde ellos se ha derivado la opción de interactuar con múltiples cargos, personalidades, grandes representantes empresariales e institucionales, exponentes del mundo de la empresa y de la política, todos ellos de diverso rango pero con cierta significación y relevancia, en sumo con poder de hacer y cambiar cosas. Y desde luego, muy a mi pesar, excepto valiosísimas y esperanzadoras excecpiones, mi conclusión, es que lo que empieza siendo un cargo para asumir cargas, va derivando en un descargo sucesivo para asegurar un asiento desahogado y poco perecedero. Así, lo que comienza como una conquista a base de promesas de acción y de riesgo, de voluntades que se presentan firmes y resueltas a hacer que sucedan cosas, se va disipando para conformar una posición edulcorada o avara de un estatus que pasa de medio a fin de forma natural, como por una inercia inevitable, consentida…

Los cargos no son ni un medio, ni un fin, sino una oportunidad de aportar valor, de contribuir en mayor o menor medida con aquello que uno cree, con el estilo propio e ideas propias y comunes o compartidas con otros, pero siempre ejecutadas con personalidad reconocible. Un cargo debe sostenerse en el atrevimiento, en no pasar desapercibido en cuanto a intentar hacer, a proponer, a ser escuchado o a mostrar aquello que cada uno lleva dentro como motivación para estar donde está. En definitiva, la electriciad de un cargo y su “sillón” es la valentía aplicada en su ejercicio, en su desenvolvimiento, porque la actitud valiente supone aferrarse a prinicpios, ser coherente, ser distinto, exige altas dosis de exigencia, de luchar fuera y dentro; reconer errores, aprender… y sobre todo la obsesión de servir. Y todo ello genera desgaste, y que el “sillón” no sea un reposo protegido y candoroso, sino más bien un punto de referencia donde todos y todo nos encuentra. Desde el sillón y con el sillón uno ha de aspirar y provocar cambios, pero lo que viene ocurriendo es que es el sillón el que cambia al “asentado”.

Sin embargo, la tendencia generalizada, con la injusticia puntual que suscita la generalización en sí misma, es que el “sillón” , el cargo,  degenera en ser un objetivo para quien lo ocupa, una necesidad, y desde ahí mantenerlo concentra el esfuerzo prioritario, admitiendo si acaso el trueque interesado por otro sillón o silla, pero siempre en el mismo entorno cobijado o seguro. Y claro, el miedo a perder el sitio cortocircuita la corriente de valentía que te lleva a sentarte y levantarte mil veces y que provoca que se resientan los muelles del sillón y la misma columna vertebral, hasta el punto de estar dispuesto a buscar el descanso en otro espacio de “valentía más relajada”.

Y la valentía, el riesgo de ser y de hacer, de transformar la realidad que se gestiona o acaso dejar su sello positivo en ella; no precisa tanto de límites temporales tasados como de producción incesante de sacrificio, renuncia, de decisiones complejas, de aferrarse a principios, de conflictos… todo ello antítesis de lo fácil o lo cómodo. Es heroico y casi único ser permanentemente valiente, pero es imprescindible serlo y demostrarlo cuando uno tiene un cargo, y la mayor valentía es dejar paso a otros valientes exprimido y entregado el propio valor, porque lo que nunca debe decaer es el atrevimiento de hacer todo lo que uno puede hacer estando donde está. Y de eso viene adoleciendo el sistema de cargos y cargas que configuro nuestro inmenso mapa institucional: valientes que miran hacia delante para llegar y que alcanzado el sillón no deján de mirar el asiento y pierden la perspectiva que les llevó a ocuparlo.

Sin valentía no hay electricidad, y sin electricidad el sillón se pervierte en “tumbona playera” que coge la forma del cuerpo de quien lo confunde como suyo, cuando es mucho más de todos y por eso no es de nadie, y en todo caso es un préstamo voluble y pasajero desde el que uno ha de proyectar su capacidad para hacer lo que dice, decir lo que hace, e impulsar cambios.