Superados los 100 días de reinado (que esas lides no son nada) seguimos deseando a Don Felipe  todo el éxito como Rey de España, porque ese será el éxito de nuestro país. Los retos y desafíos se le agolpan incesantes y su agenda alcanza dimensiones inverosímiles porque está claro que el primer foco apasionante es restañar grietas y reforzar el sentido y valor de la institución como una marca referencial, como eje vertebrador de posiciones, respuestas, reflexiones… Pero nada de eso puede penetrar en el ánimo de la sociedad si no parte del afianzamiento o recuperación de la credibilidad. Y esto requiere acción pero sobre todo “condición”, y en definitiva la actuación continúa que permita proyectar y percibir ese “ser” creible y fiable. Y en ello anda la familia real entregada de modo indisimulado y necesario.

Y desde ahí también, sin solución de continuidad, afronta ese papel de cohesión nacional y de neutralidad, de liderar valores y principios generales que regeneren y revitalicen nuestra identidad como país, nuestros propios modelos personales, y nuestros referentes estratégicos, sociales y económicos, a fin de crecer en competitividad y en desarrollo. Que el rey tenga un horizonte de país y esté empeñado en una visión y misión determinada es el pilar donde cimentar cada acción, cada palabra o intervención. Es apreciable e indiscutible su labor de “super-embajador”, que ya ejerce de forma notoria e intensiva sostenido en una preparación extraordinaria y específica que dota a esa labor de un valor añadido muy particular y preciado. Pero ahora los engranajes de nuestro Estado demandan una sensible aplicación antaño menos grave o apremiante. Los eslabones de España andan oxidados y con grietas, y la identidad y personalidad, y con ello la identificación y el compromiso solidario entre los territorios que siempre fueron uno se muestran resentidos como para alarmarse.

En ese punto resultan esenciales las referencias, y la primera insitución que osa emprender camino de regeneración es la más antigua, y lo hace de la única forma posible para comenzar: en clave de Persona. Son las personas las que construyen los cargos, los puestos, las responsabilidades…y cuando sucede al revés estamos en peligro. Cierto es que el margen está acotado y limitado, pero dentro de ese espacio la persona puede alumbrar cambios que iluminen otros cambios. La monarquía está inventada, la forma de desenvolverla puede reinventarse, debe hacerlo… Puede convertise en una centrifugadora de valores y criterios, que acredite en sí misma y en su propio funcionamiento como forma de proclamación y divulgación, porque al final el ejemplo es el más potente de los discursos, y el escaparate de lo que se pretende.

Esa almena que supone la posición del Rey es un motor para procurar un país en convergencia solidaria y productiva; un empresariado socialmente responsable y una sociedad empresarialmente responsabilizada; una economía internacionalizada y fundadamente ambiciosa y sensible a nuevos mercados; un espíritu innovador y emprendedor incesante; y un circuito de compromiso y colaboración integral entre empresarios, empleados, instituciones y administraciones; todo ello en un marco regido por la proporcionalidad, la excelencia, la honestidad, la credibilidad y la corresponsabilidad. Y eso empieza de dentro a fuera: conformando un equipo de creativos y expertos o experimentados en las distintas vías y situaciones socio-económicas pegados a la realidad y reales, de tangibilidad extrema, cercanos y como una prolongación de los perfiles que definen nuestra convivencia y otros que exijan e ilustren nuevos modelos accesibles.. Y con ello asumir la encarnación de aquello en lo que creemos que “puede ser” y “queremos que sea”, haciendo reconocibles los valores y principios a los que aspiramos como conjunto y que deben motivar y movilizar el “espíritu país” contando con una mayor ponderación del mérito, del esfuerzo y el sacrificio, de la cualificación y de la mentalidad global, de la sana competencia y de la solidaridad responsable. Esa plataforma de servicio estaría llamada a generar o regenerar visión y acción desde propuestas analizadas y estudiadas, a acompañar un camino difícil y apasionante, de servicio y exigencia, a simbolizar en armonía y cooperación con su figura nuevos tiempos y a ser signos del futuro desde un presente que aprendió de su pasado, y que se dispone a hacer un camino de pasos distintos.

Siendo el faro para esa travesía nos corresponde animar su valentía y ensalzar la oportunidad para crear un escenario actualizado desde la institución más estable de nuestro sistema, que ahora cuenta también en este relevo generacional para mostrar y reforzar su sentido y valor para la regeneración serena de nuestro país. Porque son sus líderes y máximos exponentes los que hacen sus instituciones y procesos o sistemas modernos, justos y eficaces; pues en su forma y contenido, los cargos, puestos y responsabilidades no son sino estructuras de semántica y percepción estática que en su capacidad de servir dependen por entero de quienes son investidos de las tareas que conllevan. Hacer nuevo lo antiguo y mezclar lo mejor de lo antiguo en lo nuevo puede ser el principio para renovar todo.