Esta es la pregunta que entre la sorpresa y la indignación te lanzan no pocos clientes cuando comparten y viven la experiencia de una vista judicial. Y a mí, en principio, me sorprende que se sorprendan, pero después me doy cuenta que lo que puede ser cotidiano para el profesional deviene inaceptable, difícilmente asumible y enormemente lamentable para el que acude a un juzgado por primera vez, de modo excepcional y absolutamente puntual.

Les impacta que los horarios sean mera referencia hasta remota, es decir, que pueda haber retraso acumulado de muchos minutos y hasta horas respecto del tiempo señalado en la notificación. Mucha más se extrañan si les indicas que en caso de retraso nuestro el efecto es devastador para los intereses que nos ocupan. Se ven impresionados cuando delante de un juez se sostienen versiones tan dispares sobre hechos en su visión y experimentación claros y concretos, y cuando sobre eso mismo conocidos o desconocidos “adaptan la verdad”, la exponen sesgada y parcial o versionada… desde su condición de testigos o peritos… También les llama la atención la limitación del papel de los letrados, las veces que les cortan sus exposiciones, a veces con formas muy bruscas y distantes; y en general, les invade la ira cuando perciben que su tema, su asunto, ese que tanto les importa (aun pudiendo no ser importante) merece una atención e implicación del juez leve, casi estándar… a veces hasta confesando y admitiendo o demostrando que no se han mirado ni un sólo documento, dato o argumento de los concienzudamente aportados por las partes antes o durante la vista… A eso se une esa dilación o demora y lentitud que envuelve el procedimiento y su desarrollo desde el origen, pero que se acepta con una resignación desidiosa y asqueada una vez se recurre al mecanismo judicial “sin más remedio”.

Definitivamente la experiencia judicial viene a ser generalmente decepcionante y sólo atemperada o aliviada por el resultado, que hace explotar al “derrotado” y que permite al beneficiado ignorar lo que en otro caso sería motivo de su ira. Y todo lo que anima estos estados verdaderamente se presenta como cierto por más que la rutina del ejercicio profesional  o la inercia de lo que ha de ser o nos dicen que es, anestesien nuestras convicciones, o hagan hibernar reacciones que serían lógicas y hasta necesarias. La dilación, la ineficacia, la falta de interacción y de participación de los abogados con la judicatura (situando en confrontación o, como mínimo, a distancia recelosa a quien debiera ser aliado valioso); la relajación o la disolución del respeto institucional o mero temor reverencial, la accesibilidad confundida con libre acceso de cualquiera y cualquier tema…

Mucho se escribe o ha escrito, y se opina sobre todo esto, pero no por ello deja de ser conveniente insistir: más jueces para menos asuntos, o más jueces para los mismos, un mayor filtrado de acceso a la intervención judicial por criterios y no tanto por dinero; y una utilización estratificada de los distintos agentes y funcionarios de la Administración de Justicia,esto es, que al juez llegue lo que requiere verdaderamente su concurso y por ejemplo pues procesos de ejecución de títulos judiciales y no judiciales (reconocimientos de deuda o similares) se encarguen cuerpos administrativos; que el sistema sea de garantías pero no tan garantista para una de las partes que se torne ineficiente; también imprescindible una nueva cultura social y ciudadana alejada del pleito como único camino de la resolución de conflictos, y de estima y valoración del papel de los juzgados y sus funcionarios y profesionales; una colaboración ágil y productiva entre abogados y entre estos y los jueces… Y la tecnología en la Administración de Justicia: en pleno siglo XXI se pueden entender retrasos e imprevistos pero no es comprensible que se acumulen en las puertas de las salas ciudadanos esperando a entrar, pudiendo bastar un mero mensaje de móvil informando de esas contingencias, o verificando y trasladando causas de suspensión sobrevenidas que eviten desplazamientos y asistencias innecesarias… Y todo esto por no mencionar ni profundizar en el sistema de conformar los más altos tribunales y los órganos de gobierno de la Judicatura, que no es que dejen dudas de su independencia, sino que no dan lugar a dudas sobre su dependencia y falta de autonomía y separación… O del papel de los colegios profesionales que tienen la llave para muchas de estas reivindicaciones…

Falta mucho por mejorar y enmendar. Algunos aspectos parecen muy cercanos y viables hasta el punto de resultar incomprensible que no se apliquen ya; otros requieren su tiempo… pero el único camino pasa por empeñarse en que el futuro debe ser distinto en lo que a la Justicia se refiere, porque la sociedad es diferente, los conflictos también lo son, los tiempos socio-económicos están en otra dimensión…y por tanto las soluciones, las respuestas y sus protagonistas también deben evolucionar… Y lo que se divisa en el horizonte puede estar difuso, pero desde luego no tiene nada que ver con la queja permanente, ni con la resignación acomodada… Todos debemos ser el cambio que queremos ver… y en cuanto a Tribunales se refiere… también.