Es curiosa la condición humana, y desde luego esta frase de inicio podría introducir millones de pensamientos y opiniones; pero si hay una que la merece seguro es nuestra “gestión” del amor. Sí, el amor mueve el mundo, estoy convencido, en sus distintas versiones y aplicaciones, en sus diversos modos de proyectarse y sentirse, es el motor de lo que hacemos o dejamos de hacer, hasta la falta de amor es extremadamente trascente y de consecuencias significativas. El amor nos une y nos desune, nos motiva o desmotiva, influye en nuestra felicidad de un modo decisivo, y es un denominador común para todos y en todos. Incluso aquellos que nos parecen odiosos o repulsivos, aman, han amado o han sido amados, en mayor o menor medida.

El amor explica muchas cosas y por eso hay tantas cosas complicadas, y las más complejas merecen mucho la pena. Y sobre todo es una experiencia, única, personalísima, inigualable y con tantos matices como aptitudes y actitudes de cada “ser”. Hay muchas formas de amar y, particularmente, diferentes modos de demostrar amor, y cada una tiene su propio sentido, su momento, y la dificultad estriba en conjugar todos esas maneras de querer… Los libros, la música, las palabras, los hechos, se inspiran, buscan o tratan de explicar o de contar el amor, y que se pueden quedar cortos o no, pero que siempre sugieren algo  o cada uno lo contaría de otra manera. Hay infinitos textos sobre el amor, pero a mí hay dos que recientemente me bullen y agitan de un modo especial y que comparto:

1.- Uno es este extracto de “El Principito”:

-“Te amo – dijo el principito…
-Yo también te quiero – dijo la rosa.

-No es lo mismo – respondió él…

Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía…Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.

Querer es esperar, es apegarse a las cosas y a las personas desde nuestras necesidades. Entonces, cuando no tenemos reciprocidad hay sufrimiento. Cuando el “bien” querido no nos corresponde, nos sentimos frustrados y decepcionados.

Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por amar. Se sufre por apegos. Si realmente se ama, no puede sufrir, pues nada ha esperado del otro.

Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple y puro placer de dar. Pero es cierto también que esta entrega, este darse, desinteresado, solo se da en el conocimiento. Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y el alma no se indemniza. Y conocerse es justamente saber de vos, de tus alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error. Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para momentos de alegría.

Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos.

Amar es darte un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre, hermano, hijo, amigo y saber que en el tuyo hay un lugar para mí”.

Es el amor y sus sinónimos, sus aristas y variables, y sus apellidos, porque el amor o querer (según El Principito) puede ser egoísta (aunque le pese a San Pablo y cante lo que cante Perales), pero nunca perverso; pero el amor bien entendido, es generoso, entregado, desinteresado, es darse. Pero si hasta la rosa y El Principito polemizan, lo que nunca es el amor, es fácil, porque amar tiene mucho mérito, es un don, es un regalo, aunque lo defendamos como derecho, y hasta nos lo impongamos como deber, amar de verdad es de valientes, de aventureros… Y ante todo amar es vivir, porque vivir sin amor, supone, apenas, sobrevivir esperándolo.

2.- Esta frase de John Lennnon: «Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día».

Y no se trata de apología del desenfreno público, pero al leer esto me sobresalto pensando que nos resulta más fácil discutir que besarnos, nos incomoda menos que nuestros hijos nos vean gritando, tensionados o disgustados, enfrentados e irascibles, que en gestos de pasión, de ternura, de delicadeza. Nos escondemos para querernos, y esperamos que nos quieran, mientras exhibimos nuestras distancias. El amor parece cosa de alcoba y habitación, y las luchas se libran en las calles, así se llena el planeta de discordia y se va arrinconando el cariño más poderoso hasta encerrarse en el cofre de nuestro pudor. Desde niños nos medimos en fuerza y violencia, y se admira al muscoloso intimidador, o al chistoso cínico que ridiculiza a otros, y se margina o ignora al sensible. Aprendemos la importancia de ser vigorosos y aspiramos a la superioridad, y percibimos que los besos son pequeños momentos que se distancian, se complican y se van diluyendo con el tiempo.

Los novios se besan clandestinos, los padres se abrazan furtivos, los niños concursan por besos, nadie compra besos de viejos… y el amor querido, y y los que quieren amor, van perdiendo la costumbre de mostrar el corazón en ese gesto. En cambio y al contrario, apenas hay vergüenza en la riña o el reproche impulsivo, es noticia el atropello y la violencia, y hay que juntar amores en una plaza para batir record y salir en las televisiones, o mostrar piel y carnaza para que nos planteemos cómo queremos y si queremos bien.

Los niños pelean por deporte, los adultos riñen por costumbre, el valor se mide en golpes dados, y quererse casi en secreto no compensa el ruido mohíno de las disputas pendencieras. Entre batallas e historias de amor o en la mezcla de ambas, como si todo amor pudiera acabar batalla, y toda batalla fuera necesaria para el amor, cuando quererse y amarse, a veces es tan simple como no dejar de besarse, de mirarse, de hablarse en voz baja, de escuchar los silencios en compañía, de dibujar siluetas en la piel amada, o pensar que estar sin ella es como estar sin nada.

Y con estas campanas marchitas que redoblan intensas en forma de violencia explícita, de egos malcriados, con la agresividad como heroína..   el mundo se afea y se embrutece con una inercia natural y consentida, que sólo se rompe a base de abrazos y besos, aun tímidos, de padres e hijos, de esposos, de amigos, de hermanos, de nietos… Hacer el amor con la luz del día o en la escuridad de la noche, y darle forma al amor haciéndose uno con el otro, es el agua que limpia la sangre que amenaza con teñir las fotos de nuestras vidas. Y es que el amor hasta escondido y a escondidas, se escapa por las rendijas de nuestras sonrisas o las palabras calladas de nuestras almas que son nuestros hechos.