Cuando estudias lees sobre la teoría de la comunicación una de las primeras cosas que te enseñan es que sus elementos esenciales son el emisor, el receptor, el mensaje y el medio. Pues bien, es una obviedad, pero los medios por los que nos comunicamos evolucionan a una velocidad de vértigo, y condicionan el mensaje y a las partes interesadas. También es evidente, pero no escribimos igual por email, que por whatsapp o cualquier otro método de mensajería instantánea, y hay una diferencia enorme respecto de la conversación telefónica o presencial. Y tampoco cabe olvidar la comunicación a través de las redes sociales, en sus modos de chat privados. Esto indudablemente genera un contexto comunicativo muy extenso, más complejo, más rico y diverso. Y lejos de restar protagonismo a emisor y receptor, entiendo que les otorga la potestad de fijar y determinar sus propios criterios de uso y gestión de los diversos canales, aun con el conocimiento de las recomendaciones generales de qué es más idóneo para según qué tipo de relación, o sea, refuerza su protagonismo en cuanto a la personalización del canal o medio.

Pero más allá de las teorías y de los análisis, es mi intención reivindicar el valor de la mensajería instantánea tipo whatsapp como instrumento eficaz de comunicación si se consigue un uso razonable y consensuado del mismo. Y ello por varios argumentos que requieren de una interiorización previa:

La inmediatez: es su característica principal, lo que conlleva que esa es la clave de uso para las partes. No es raro que haya quien contesta un whatsapp muchas horas después de haber recibido el mensaje. En ese caso la devaluación de la inmediatez debe obedecer a un criterio explícito o implícito de los interlocutores, y aceptado, porque en otro caso habremos equivocado el canal. Sin embargo, la prontitud no tiene porqué suponer precipitación y rige la flexibilidad en un marco o espacio temporal justificable. Vamos que podemos tardar un par de horas (cuando acabemos la tarea que tenemos entre manos) o incluso fijar horas concretas para contestar y comunicarnos por esa vía, a las que vamos acostumbrando al interlocutor, son adecuadas para el fin y objeto de la comunicación, y son parte de nuestro hábito. Por ejemplo hay grupos o interlocutores a los que contestar de noche, tras la comida, a primera de la mañana o a última. Es gestión del tiempo eficiente en estado puro.

La interacción: estas vías permiten cruzarse información en momentos de urgencia, tensión o necesidad y hacer un seguimiento muy puntual de deteminadas situaciones en las que la colaboración, la supervisión o el trabajo en equipo aportan valor. Además, igualmente posibilita acceder a información privilegiada en tiempo real, con la consiguiente ventaja competitiva para determinadas circunstancias. Refuerza las opciones de apoyo y asesoramiento a quien representa una posición común en un contexto previsto. Y todo esto lo convierte en una valiosa herramienta de trabajo corporativo y colectivo si cuidamos estos matices y objetivos.

La no intromisión: es mucho menos invasivo que una llamada y ello conlleva una gestión del tiempo mucho más optimizada, sin interrumpir o sobresaltar la tarea en curso. La inmediatez es flexible siendo lógico un lapso temporal en la respuesta o facilitando un aviso de ocupación. Así el receptor almacena la actividad para justo un momento posterior más adecuado o avisa de ello en décimas de segundo. El emisor, puede ir adelantando contenidos de un modo concreto y conciso, reflexivo y calculado condicionado “per se” por la escritura. Evita la acumulación de trabajo en cola, o aliviar carga tensional consistente en el “qué me querrá decir” o “qué pasará”; y todo ello con poca injerencia o alteración de lo previsto por el receptor y su programación. Incluso es útil para anunciar o concertar una llamada o reunión avisando tema y buscando el entorno de tiempo más apropiado para los interlocutores.

Notas mentales: partiendo de que esa inmediatez no es taxativa, el emisor puede utilizar este medio para recordatorios, instrucciones, reportar resultados o información… en un momento de “ociosidad”, sin esperar respuesta en ese instante. Otra vez cobra protagonismo el marco de uso establecido o construido entre las partes de la comunicación. Aquí sí me parece que es más optativo su uso con el correo, pero ofrece una ventaja respecto de él: más singularidad, más directo y más ágil de acusar recibo sobre la marcha.

(in)formalidad: lo que tradicionalmente se le imputa con conotaciones negativas para mí viene a resultar un valor, porque el tono, la forma…de nuevo son una oportunidad subjetiva para emisor y receptor. No debemos confundir agilidad con informalidad, y mucho más crítico para el efecto es el contenido, su detalle, el cuidado de la expresión, el modo y las palabras… Hay comunicaciones de mensajería instantánea que se prestan a la informalidad porque los interlocutores mantienen una comunicación relajada y ese es el clima preexistente y predeterminado; pero hay otras interacciones que aconsejan o se basan en esa formalidad, rigor y seriedad. Al final deviene reiterativamente definitivo el “ser” del emisor y el receptor, su relación, sus criterios y sus reglas no escritas, su costumbre y su clima. Pero hasta cuando no tenemos relación con alguien o incluso es la primera vez que utilizamos este sistema para contactar cabe un sencillo mensaje, respetuoso y cortés, prudente y de proposición de esta vía que en absoluto puede incomodar o ser inoportuno, y que puede ser desechado con un simple silencio o no estando de alta en el sistema en cuestión.

Multitarea: y no me refiero a la insana y reprochable conducta de estar contestando y mirando el móvil mientras mantenemos una reunión con alguien. Sino a su compatibilidad con otras gestiones o presencias: foros amplios, espacios públicos (viajamos en tren y quien soporta las conversaciones interesantísimas del vecino de asiento), tiempos de pasillo, conciliación en forma de convivencia personal o familiar (en casa con niños alrededor y evitamos el riesgo de voces y chillos infantiles en conversaciones telefónicas); tiempo de escritorio y ordenador sin el atropello de la llamada telefónica… Y la propia multitarea comunicativa: llevar varias conversaciones a la vez o una misma conversación con varias personas sobre un mismo tema… Algo imposible por teléfono e incluso presencialmente y mucho más lento por correo electrónico.

La calidad del mensaje: al escribir optimizamos palabras, reflexionamos, pensamos, cuidamos más el qué y el cómo decimos aquello que queremos decir, procurarmos ser más precisos, a la par que concisos, y la destreza es cuestión de práctica y empeño. Incluso cierta crudeza o el riesgo de proyectar seriedad o parquedad y hasta brusquedad se puede aliviar con los socorridos y variados emoticonos, que dicen mucho sin decir nada. En general creo que lo que pretendemos comunicar o se puede tratar por whatsapp o similar sistema, o requiere una reunión presencial o una videoconferencia mínimamente organizada. Esto es, hay que huir de las conversaciones telefónicas de más de 15 ó 20 minutos… son improductivas y perfectamente prescindibles. O expuesto de otro modo, si preveemos que nuestra necesidad de comunicación y/o su contenido va a exigir tiempo que no podamos reconducir a mensajería y tratar a distancia, deberíamos programar la llamada, o la reunión.

Intimidad, complicidad y seguridad: sin entrar en valoraciones técnicas, hace poco un experto en redes, en sus riesgos, y considerando este Gran Hermano viral en el que estamos convirtiendo el mundo con excusas variadas de los que “mandan”, me decía que el whatsapp era de lo más seguro que se podía utilizar para proteger nuestras comunicaciones, incluso más que un correo electrónico. Partiendo de que la tecnología tiene a convertir nuestra propia vida en un reality sin conocimiento ni consentimiento consciente de los protagonistas, un poco más de seguridad es muy apetecible. La intimidad y la complicidad nos retornan a la esfera de control exclusivo de emisor y receptor y la clave que le den a su relación, siendo proclives a guiños, bromas, expresiones o recuerdos puntuales, detalles emocionales, gestos de cercanía, ánimo…

Y en un plano más personal: reduce y alivia las ausencias y las distancias, permiten nocturnidad y alevosía sin molestias para terceros; son antídoto para cierto grado de timidez y buen aliado del introvertido; suavizan la desconfianza o el poco trato entre los interlocutores; tiene grandes ventajas para la organización de citas, reuniones, encuentros… Creo que es indiscutible en todos los niveles, y también en el estadístico (hace poco leí un artículo al respecto que reflejaba la reducción drástica en el uso del correo electrónico y las llamadas por parte de los más jóvenes) que el buen uso de esta herramienta aporta un valor importante a la comunicación, si bien el abuso o el mal uso, derivan en perversión nociva para la misma. De modo que terminamos donde empezamos: emisor, mensaje, receptor son la esencia de la comunicación, y los pilares de la misma hasta el punto de poder adaptar la vía y personalizarla según su propio pacto, criterio o relación implícita o explícita.

Hoy día salvo las señales de humo, las palomas mensajeras, los gritos o el morse, disponemos de vías o canales que podemos adecuar a nuestras necesidades, sin que a priori quepa un descarte radical y directo de ninguno salvo pacto en contrario con la otra parte. Y partimos de una base: no podemos imponer un canal al otro, pero sí podemos poner a disposición todos los canales, incluida la mensajería instantánea. Creo que es un error desechar su valor como herramienta profesional y de trabajo, y considero que merece la pena adaptar y pulir su aplicación a este ámbito.

Y como es mi blog lo diré tajantemente: odio las conversaciones telefónicas imprevistas de más de media hora, y soy whatsappeador convencido y guasapeador entretenido, según el foro y el interlocutor. Y creo firmemente que el whatsapp y su utilidad como herramienta de trabajo no es “cachondeo”, aunque otro de sus destinos sea para bromas y bromistas.