En mi familia tenemos una afición que pasamos de padres a hijos, y que compartimos con ademanes de ritual y mucha satisfacción: “coger espárragos trigueros”. Y como suelo repetir, las vivencias más sencillas revelan notables enseñanzas si aprendemos a observar, experimentar y reflexionar…vamos si nos complicamos un poco (mi especialidad), y vamos más allá del hecho en sí.

Pues bien, nos encanta esta opción estacional que nos da la naturaleza… Yo la aprendí con mis padres y mi hermana; y ahora la ejercito con pasión e ilusión con mis hijos, junto a mis padres también en muchas ocasiones, y mi hermana cuando la vida de todos permite la coincidencia. Y considero que es aplicable a cualquier recolección de frutos salvajes que tengan en común: la búsqueda, la paciencia, el esfuerzo, la libertad de la naturaleza, cierto conocimiento, perseverancia, resistencia, coordinación y trabajo en equipo… Casi sin querer se ponen a prueba o entrenas muchos elementos y aspectos esenciales para afrontar situaciones vitales cotidianas y exigentes.

No obstante, más allá de esa experimentación, se trata de un recuerdo especial para mí, esas caminatas siendo niño, entre olivos o cuando hacíamos una excursión más atrevida y nos aventurábamos a zonas más alejadas y escarpadas. Era toda una hazaña, mientras más lejos y más complicados, más satisfacción, mientras más escondidos, y más obstáculos, más orgullosos del resultado. Como hoy hacen mis hijos, llevaba la cuenta de cada espárrago, y me gustaba formar mi propio manojo, y como ellos, si perdía de vista a mi padre o mi hermana, gritaba sus nombres para saber sus posiciones.

Ahora cuando nos ponemos a ello sucede o percibo que no necesitamos ir tan lejos, y que cerca somos capaces de encontrar grandes cantidades, en esos lugares aparentemente sencillos, accesibles, visibles, próximos a los caminos, al alcance de cualquiera que ponga un mínimo interés. Sigue habiendo muchos aficionados con los que competir… Pero algo parece haber cambiado. Sin perjuicio de que, por la edad de mis hijos no podemos emprender grandes distancias, donde antes era casi imposible encontrar espárragos, hoy los encontramos y en tiempos reducidos.

Y así, aprehendo varias conclusiones notoriamente prácticas y a considerar: a veces nos empeñamos en ir lejos descuidando las posibilidades que tenemos cerca; nos basamos en la suposición, damos por hecho lo que otros hacen o van a hacer; atribuimos más mérito a aquello que implica distancia y tiempo, lo desconocido antes que lo próximo y conocido, despreciamos el mérito concreto de buscar y encontrar donde otros no lo hacen, o el valor de lo sencillo… Y más, también me suscita el pensamiento de que es bueno haber intentado la aventura lejos, haber explorado terrenos más ajenos o extraños, haber soportado la dificultad y exprimido el esfuerzo; porque eso agudiza la visión de lo cercano, y estimula el afecto de lo sencillo, la habilidad para lo fácil. Es un circuito por fases, que termina por convertirse en un bucle productivo: probar cerca antes de ir lejos, y llegar lejos para que lo de cerca resulte más fácil, y se reconozca el valor de lo simple y más próximo.

La vida misma, que diría un amigo… Cogiendo espárragos trigueros, lejos o cerca, o lejos y cerca, cerca para llegar lejos y lejos para conseguir esa habilidad especial para encontrar los de cerca. La vida misma, es cierto… Si aplicamos esto en nuestras relaciones personales o en nuestras empresas, o en nuestras profesiones, nos toparemos con estas sensaciones, conclusiones o percepciones. Cuantos viajan o emigran para acabar volviendo y resaltando las ventajas de la vida aquí; cuantos anhelan y consiguen esos grandes contactos o relaciones, se empeñan en esos nuevos “amigos”, para regresar al disfrute del “mundo de los suyos”, de la familia, de los amigos de siempre…; cuantos consiguieron llegar lejos empezando poco a poco, muy cerca; y cuantos se aventuraron muy lejos o muy alto, para obtener innovaciones y contenidos que aplicaron, cerca, muy cerca…

La vida misma… cogiendo espárragos trigueros…