En absoluto es una excepción que en reuniones con técnicos o incluso altos cargos de la Administración se aluda a otras esferas o responsables de la misma para justificar aquello que no pueden hacer, aquello que no se puede solucionar, o incluso aquello que pretenden desarrollar y no termina de avanzar. De suerte que el interlocutor que recibe tales argumentos se topa con un callejón sin salida, una caverna, un camino sin retorno, frustrante y también incomprensible.

Y de verdad que esto ocurre incluso cuando se interacciona con Consejeros, Directores Generales de Ministerios, Secretarios de Estado y hasta Ministros, y me atrevo a apuntar que también cuando se despacha con Presidentes autonómicos y así hasta los más altos representantes de nuestro país. El sistema es una exusa del sistema, la Administración es un escondite de posibilidades y una funeraria de oportunidades e ideas… Como ejemplo rocambolesco y muy significativo: un Director General de un Ministerio llegó a señalar exactamente al piso justo encima de la sala donde estábamos reunidos y citaba a su inmediato superior, para explicar que los avances pretendidos no podían llevarse a cabo aunque él creía en ellos. Y la evidencia más conocida de lo que expongo es la reiterada referencia a Hacienda como Ministerio “capador” o limitador de determinadas iniciativas o propuestas de otros Ministerios al abrigo y amparo de la prioridad nacional de proteger la deuda pública y controlar los gastos…aun a costa de generar otra tipo de deuda con “el público”.

Esta realidad empírica en la que lo público es un laberinto para lo público, y el ámbito donde debían residir respuestas y soluciones se convierte en una procesión de “ya veremos….”, “depende de…”, “si tenemos presupuesto…”, “a ver qué dice Hacienda…”, “ya me gustaría…”, “ojalás” y “si yo pudiera” o “estuviera en mi mano…”. De tal modo que uno sale de allí abducido por la impotencia, la opacidad, la desesperanza y la confusión, porque donde confías la solución definitiva, chocas con la mayor prudencia, contención, incluso miedo… y aquellos llamados y elegidos para cambiar las cosas y mejorar el sistema, para servir, acaban por servir sólo al sistema, haciendo que el sistema sirva para poco más que para él mismo. Este bucle incesante cada vez gira a más velocidad cual espiral hipnótica que genera efectos alucinógenos en formato síndrome de estocolmo en ciudadanos que se tornan ingenuos desde sus inicialmente sólidas aspiraciones.

Cuando era pequeño y hacía muchas preguntas a mis mayores llegaba un punto en que estos “pillados”, agotados o perezosos, o también puntualmente sorprendidos y superados por coincidir con sus propias dudas, me respondían aquello de “si yo supiera las respuestas sería Ministro”… Pues no sé entonces, pero hoy desde luego que no… que eso no está en la esfera de capacidades o méritos ministeriales…. Es más, uno tiene la impresión de que mientras más arriba se pregunta o se solicita algo o se propone más grande es la duda que se deriva, y más notoria la falta de respuesta o las limitaciones de la misma. Eso sí, adquiere un valor extraordinario la dimensión de la pregunta, que no es sino el camino hacia una respuesta… siempre que haya voluntad cierta de caminar hacia ella.

Lo otro es jugar al “mensajero” o al “pasapalabra” en los pasillos de la Administración, y el ciudadano es un “correveydile” que acaba diluyendo sus pasiones, propuestas e intenciones en idas y venidas… La buena noticia es que la Administración y los servidores públicos de valor, que los hay y en buen número, son el origen y pueden ser el fin del bucle maldito; y mientras, nuestra misión es insistir con más y mejores preguntas y propuestas, porque ese es el modo de alcanzar soluciones.