Aunque parezca casi mentira o inverosímil en estos tiempos, los políticos tienen patrón y Santo en el Santoral, y hubo un político santo (al menos beatificado y canonizado en su condición de tal): Santo Tomás Moro, que se celebró el pasado 22 de Junio. Hoy son épocas en los que el apellido Moro se relaciona o vincula más a un excelente y recomendable vino de las Bodegas Pesquera, propio de ocasiones especiales (por su precio): Emilio Moro. Pero a lo que vamos es que los políticos y la política tienen su hueco entre la santidad por difícil y osado que nos parezca, aun cuando en realidad es muy conveniente que los políticos cuenten con “divinidades” a las que consagrarse. Si bien y principalmente la política y su mentada “casta” se ha convertido en camino y motivo de santidad para muchos sufridores ciudadanos.

Pero Tomás Moro, canonizado en 1.935 y considerado santo y mártir por la Iglesia católica, presenta episodios que encarnan los valores esenciales de la política y algunas ironías que permiten guiños muy actuales. Fue una personalidad coherente y valiente, con una extensa y profunda formación, curtida en muchas y exigentes escuelas inglesas, vinculado a lo jurídico y a las humanidades y con mentores de gran prestigio. Se mantuvo siempre firme en sus valores e ideas hasta el final, pasando de ser defensor del Rey Enrique VIII a oponerse a sus intenciones e intereses particulares, que implicaban romper con la Iglesia de Roma, declarar su Supremacía en la Iglesia Anglicana y su ruptura con el papa y la fe católica, para un fin muy personalista: divorciarse y anular su antiguo matrimonio con Catalina de Aragón y casarse legítimamente de nuevo en búsqueda de descendencia con Ana Bolena. Ante la negativa del Papa a “bendecir” este proceso, el Rey decide ese posicionamiento e impulsa una nueva iglesia a su medida. Frente a esto se sitúa Tomás Moro sin doblegarse y renunciando a su acomodada posición socio-política cercana al rey e investido de poderes relevantes. Esto le valió la condena monárquica que culminó en juicio sumarísimo con resultado de pena de muerte, que se ejecutó por decapitación en 1535, pese a la clemencia y mediación intentada por el Papa o por Carlos V.

Sí, queda clara su integridad, autenticidad y convicciones; y la parte irónica de su vida y obra relacionada con la actualidad no deja de tener su curiosidad y su mensaje, si queremos, subliminal: uno de sus principales libros fue “Utopía” donde trata problemas sociales de la humanidad haciendo gala de su humanismo renacentista y con gran predicamento entre los pensadores de su tiempo; y subiendo al cadalso para “perder la cabeza” literalmente, le dijo a su verdugo (desde la serenidad de su fe y confianza en Dios): “Le ruego, señor teniente, que me ayude a subir, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo” (y a mí esto que me suena y me resulta fácil asemejarlo a la trayectoria de muchos o algunos de ese gremio…). Más allá de discusiones y valoraciones históricas sobre su papel ante las reformas de la Iglesia, lo que pretendo destacar es que la figura del Santo estuvo marcada por su compromiso con unos principios y valores, después de una intensa y cuidada formación, y de un recorrido y trayectoria secuenciado a través de diversos cargos y responsabilidades. Perteneciente a la clase media, fue abogado antes que político, jurista de vocación, y atesoró múltiples experiencias en sus distintos puestos, sin dejar de cultivarse, escribir…

La política es necesaria y los buenos políticos son imprescindibles. La sociedad necesita líderes, referentes y gestores y siempre estuvieron en la política grandes personalidades que marcaron los tiempos y la historia, políticos comprometidos, con convicciones, con gran generosidad… La política y los políticos, representan a la sociedad y son un reflejo de ella, de modo que se genera un bucle en el que la sociedad necesita el impulso de políticos de estado y con vocación de servir, y estos estadistas salen de esa sociedad, son su producto y resultado. En su origen del latín la política se relaciona con el ordenamiento de la ciudad y de los asuntos del ciudadano, e incluso se define como una rama de la moral (curioso también) orientada a resolver los problemas y necesidades de la convivencia colectiva en un marco libre y de hombres libres, y que debe promover la participación ejerciendo el poder para el bien común. Y propio de un diccionario es decir que el político es quien ejerce la política…

A todos debería interesarnos, ocuparnos y preocuparnos la política, a pesar o con los políticos. Creo que hay grandes políticos y servidores públicos con convicciones loables, muy respetables, formados, preparados y dispuestos para la responsabilidad. Sin embargo es innegable el desencanto y la desafectación con todo ello, y no resulta difícil identificar las causas: descrédito, desconfianza, demérito, crisis económica, desproporción, desapego, irresponsabilidad, despilfarro… Podríamos hacer muchos análisis o uno muy concienzudo… Sin embargo, lo considero más sencillo y más complicado a la vez: son personas las encarnan las responsabilidades políticas, son personas con ese “poder” de servir a todos, es su conducta, su gestión o su desacierto en ella ante las situaciones presentadas; las que han provocado percepciones y sensaciones, realidades también, como las descrita… Son ellas, quienes habrán de asumir su propia misión de transformación y cambio, son las personas y su vocación política la que habrá de revertir la indignación suscitada.

Desde luego desde su Santo y el Santoral se apuntan caminos ya muy repetidos y exigidos: el mérito y la formación, una trayectoria no sólo política y para la política, sino vital y educativa, un sentido del deber, de la responsabilidad y del compromiso, coherencia e integridad, cierto talento, y proporcionalidad… La política y los políticos representan y gobiernan a la sociedad, pero no pueden convertirse en una sociedad en sí misma, que se retroaliment y se autoabastezca y acabe interesándose principalmente por ella misma. Para ello es determinante el número, la calidad y la cualidad, ese don de liderazgo, y una formación curtida y acreditable que no necesarimente consiste en la acumulación de títulos sino en un bagaje personal y profesional completo. En general somos seres políticos, porque nos interesa y vivimos en sociedad, convivimos, y nos asociamos, opinamos y tomamos decisiones o nos afectan las decisiones que se toman.

Los malos políticos sobran siempre, los buenos políticos nunca serán demasiados, pero no puede haber ni 100 ni 200 mil buenos políticos (una estimación prudente y justificada que leí hace poco los situaba en 160.000)… Porque eso pone en peligro talentos y actitudes “tomasianas” como las del Santo “Moro”, dificultan su desarrollo, pero es que desencadena el riesgo de configurarse como un ecosistema propio, un suprasistema, con una puerta de entrada cuyas llaves las tienen los de dentro y los criterios para abrir también. Necesitamos que se instale una meritocracia consensuada, que realmente sea una “carrera” con una trayectoria previa, que tenga unas exigencias y unas compensaciones ajustadas a aquellas, que su retribución tenga que ver con sus resultados, con sus responsabilidades… Debe haber tantos como necesite la sociedad pero no tantos como necesiten los partidos. Una nueva ley electoral como menos estratos y clasificación de ciudadanos (pagamos impuestos por ser de un estado, de una comunidad autónoma, y de un municipio…somos uno y pagamos para tres); una ley de partidos que disponga su autofinanciación con procesos transparentes y auditados… Necesitamos que nos den motivo para confiar y creer, no discursos paralelos… El debate no es políticas sí o no, políticos sí o no… el debate es que necesitamos otra política de los políticos y otros políticos para la política.

Si los políticos representan a la sociedad y/o son reflejo de la misma, efectivamente deben padecer y comprometerse con ella, ilusionarse con ella, sentirse responsable de ella… Si ganamos, ganamos todos; si perdemos, perdemos todos…juntos, porque política es gestión y representación colectiva para el bien común, los sistemas son un vehículo, y la causa, las consecuencias, el problema y la solución son las personas. Hay muchos políticos que cobran mucho más de lo que merecen y hay muchos que quizás cobren menos de lo que deberían respecto de las responsabilidades y sacrificios que conlleva su cargo (precisamente aquellos que están más en candelero y con más peso a sus espaldas). Desde un punto de vista de gestión y de representación, sobran órganos, instituciones y organismos, y sobran políticos, y que no se acometa esa reducción, es un acto o gesto “anti-político”. Cierto es que destacamos más la mala política que la buena, y hacen más ruido y se concede más notoriedad al mal político que al bueno… y de lo bueno también hay mucho.

Mucho de lo que digo es reiterativo y está muy manido en general, pero como Tomás Moro, hay que perseverar, ser persistente y coherente hasta el final.. Y ya sabemos aquello de importa mucho más nuestro ejemplo y acción, que nuestra opinión, porque sólo aquella traerá los cambios que deseamos o pensamos.