Ese fantástico ciclista que tantas tardes de alegría y orgullo nos dio y tantas siestas nos estropeó, sirve para ilustrar un modelo de competencia y de liderazgo que podemos extrapolar a empresas y funciones directivas y a aspectos de gestión competititva. Y es que Induráin ganaba las grandes vueltas y cedía etapas y premios menores a sus rivales, distribuía y repartía los pequeños éxitos, compartía los méritos, y ejercía un dominio discreto y prudente, sólo salpicado de grandes exhibiciones bien administradas y aplicadas a los momentos decisivos.

Me recuerdo en el sillón de casa con la percepción de que nuestro ciclista daba la sensación de ir sobrado, el “estómago” nos pedía que Induráin arrasara en cada etapa, humillase a los rivales sin darles opciones… y hasta nos irritaba que fuera condescendiente, que proyectara esa apariencia de reservarse, de perdonar la vida… Todo lo contrario, por ejemplo que Amstrong… aunque a lo mejor eso también explica en parte el fin de cada uno…. pero ese es otro tema. Lo cierto es que esa inquietud que nos generaba el “dejar ganar” de Induráin, se veía compensado con el resultado de la gran victoria global año tras año. Esa generosidad estratégica le concedía legitimidad para compartir esfuerzos, encontrar colaboraciones imprevistas, contar con el respeto generalizado. Controlaba el tiempo de la carrerar con una inmensa claridad en cual era su objetivo y el camino para conseguirlo, con conciencia analítica de sus debilidades y fortalezas, de quienes eran sus contrincantes y de administrar optimizadamente los sacrificios y recursos. A eso añadía un radical hermetismo sobre su situación, estado y pensamientos.

Desde ahí cabe extraer interesantes posibilidades para muchos ámbitos: centrar el objetivo, fomentar la colaboración e incentivar la implicación repartiendo los rendimientos; identificar lo importante y no dejarse llevar sólo por lo urgente, lo inminente, por el momento; respetar a los demás, contar con ellos y conocerlos; ser eficaces y eficientes en la gestión de los recursos y posibilidades; competir sin agredir, porque los competidores son parte del camino hacia el éxito y es mejor saltar y esquivar los obstáculos que destruirlos, porque esto último desgasta mucho más y es “cortoplacista”; saber de nuestras limitaciones y capacidades pero sobre todo asumir que necesitamos a los demás, aunque haya momentos críticos que dependan de nuestras fuerzas, actitudes y aptitudes… Identificar esos momentos y procurar llegar a ellos en plenitud, seleccionando las “batallas” que merecen la pena, partiendo de que el objetivo final es “la guerra”, la victoria global. Hay que hacer concesiones, gestionar las necesidades propias y de los que nos rodean, estar atentos a las emociones y circunstancias y no perder de vista el horizonte, el objetivo importante, y revelar de nosotros la información imprescindible, mantener siempre una identidad, un mismo perfil. Dar lo máximo en el momento oportuno, y evitar la tentación de enredarse en las pequeñas luchas de cada día, sentirse en la necesidad de hacer continúas demostraciones de poderío… esa frialdad es tan difícil y meritoria como el magnifico esfuerzo de dejar atrás y distanciar al resto.

Induráin ganó cinco Tours de Francia, fue admirado por su rivales, querido por sus compañeros, y hoy perduran sus éxitos… lejos del estilo “caníbal” de Merck o el propio Amstrong, auténticos depredadores con un ejercicio incesante de su superioridad, y una ambición incontenible, Induráin ejerció el liderazgo sereno, la autoridad cautelosa, hasta el punto de construir un “aura” o “halo” repelente o ahuyentador de ataques, que hacía dudar a los demás y mermaba la confianza de los rivales.

Eso y pedalear, pedalear con fuerza, con convicción, con seguridad, con sacrificio y renuncias, eligiendo y tomando decisiones, y teniendo muy en cuenta a los demás. El método Induráin es un referente inspirado en la bicicleta de cómo alcanzar la meta… la gran meta.