En mi ejercicio profesional y vocacional vinculado al Derecho y la empresa, con alguna frecuencia me viene a la memoria y las sensaciones el recuerdo del entrañable y honesto Don Manuel, párroco de Valverde de Lucerna, abnegado y singular protagonista del libro “San Manuel Bueno Mártir” de Miguel de Unamuno… Ese sacrificio consciente e inteligente, y su discernida opción por “no despertar al pueblo de su fe” confiando en la bondad de vivir en esa esperanza, en ese acomodado alivio… “vivir y dar vida”, recomendaba el párroco a sus interlocutores. Y cargaba con el peso infinito de su incoherencia alevosa, de su falta de fe, de su agnosticismo temeroso, como un secreto intenso y un yugo necesario para el bien colectivo.

Esas evocaciones ponderadas con detenimiento no son fruto de la casualidad sino de los choques vivenciales que salpican mi rutina, esto es, cuando mi ejercicio profesional y vocacional se topa con la actividad de un juzgado y un juzgador. Esos motores de la aplicación de la justicia personalizados y personificados a menudo se presentan llenos de imperfecciones, asumibles por su idiosincrasia terrenal y mundana (aunque algún protagonista olvide o se atribuya otra condición); y lo que es más grave y no tan excepcional, perforado por irresponsabilidad, falta de compromiso, falta de inteligencia emocional, de implicación con el fin último y esencial de hacer justicia, de falta de medios… Es demasiado frecuente asistir a la falta de proporción entre el esfuerzo y el desempeño del juzgador y la trascendencia del caso o la labor de los otros profesionales… causas muchas, realidad una: un sistema que genera más insatisfacción y desconfianza que seguridad y garantías aun estando pertrechado en muchas de ellas, que lejos de enriquecer el proceso lo hacen caducar y hasta pudrir… Un sistema donde el incumplimiento sobrevive con cierta facilidad hasta desafiante y cómplice. La ley es una excusa, el juez un ejecutor limitado y atrapado en muros de tiempo, exigencias y responsabilidades, y al final la Administración es su propia excusa para no administrar, ni justicia ni derecho.

El Derecho tiene sentido y adquiere virtualidad como camino hacia la justicia, los derechos deben encontrar amparo en la Justicia (entendida como juzgados y tribunales), los jueces son o deberían ser garantes de todo ello y canalizadores de intenciones, principios y voluntades, preceptos e interpretaciones, y eje de atracción del compromiso del resto… Este circunloquio próximo a la utopía “aterriza” forzosamente cuando folios y folios de demandas, oposiciones, escritos, palabras y discursos en sede judicial, se despachan con aparente distancia, apatía a veces hasta evidenciadas en resoluciones de “corta y pega” escuetas y estereotipadas, o incluso en un respeto disimulado o directamente en un trato irrespetuoso para quien rellena los lados del estrado…La Justicia sí está por encima como ente y concepto superior, pero quien la aplica y participa de ella debiera reconocerse como parte del sistema, y no proyectarse como “mano que mece la cuna” hasta el punto de agitarla y volcarla. No sentirse escuchado o atendido, no apreciar estudiadas y fundamentadas las resoluciones, la lentitud perniciosa de los procesos, el papeleo incesante y dilatador, son formas de injusticia de la propia Justicia.

Ante eso, la alternativa de Don Manuel se me aparece como tentación en forma de resignado silencia para no distraer y despertar al pueblo de su esperanza; de ese mal necesario y no apartarlo del sistema menos malo;  pero un cierto punto rebelde me anima a osar y aspirar una transformación, a saltar caminos y muros, superar obstáculos y proponer nuevas soluciones, que se sustenten en renovadas actitudes, que quiebren y rompan con la aceptación perezosa de lo que hay, que pongan su “foco” en el objetivo, para explorar nuevas vías, métodos alternativos, donde el sujeto y el problema tengan voz y voto tangible y visible, donde el afectado participe en la solución, donde el conflicto se plantee en términos constructivos, como medio y no como fin drástico y dramático…

Por eso, y porque la innovación en el Derecho y la Justicia tiene nombre compuesto: métodos alternativos de resolución de conflictos… con mediadores cualificados, motivados e implicados, como caminos de respuestas y soluciones, de construir la confrontación y desmenuzarla para configurar un nuevo horizonte en forma inicial de oportunidad. Tiempos nuevos, sistemas nuevos, complementarios, oxigenadores…

Y es que lo contrario conlleva convertirse en Blasillo, el bobo, que imitaba a Don Manuel, que murió con su secreto al mismo tiempo que Blasillo con su sonrisa serena, buscando hacer el bien, pero aceptando y aprobando aquello que podía estar mal, engañándose