Son muchos los aspectos que nos pueden ocupar al tratar la quimérica dimensión de la Deontología Jurídica. Para unos es un reto permanente, para otros anida cercana al mundo de las ideas de Platón; otros defienden el liberalismo conductual a partir de criterios de formación humana previos y sólidos; los hay que abogan irreductibles por un positivismo avasallador que imponga sin sentimientos para provocar el convencimiento… También cabe la contemplación de la deontología como una realidad filosófica, un empeño filantrópico o una variante empírica evolutiva y afecta al contexto histórico social en el que se enmarque… Pero sobre todo la Deontología puede ser una gran verdad o una gran mentira, muchas normas o ninguna, sentimientos y compromisos, o pastas de libros encuadernados en barroco, una necesidad o una realidad, una imposición o una convicción… Y en todo ello emerge un panorama turbado por incesantes normas que tratan de ordenar elementos del “yo” profundo, y que mucho tienen que ver con la cuna de cada cual, con la vocación íntima, y con la formación responsable personal y profesional.

No será decir mucho, pero se ha de hacer, resaltar la preocupación nacional e internacional por regular el comportamiento ético y deontológico de los profesionales del Derecho, incluso por aproximar criterios, unificar panoramas y exigencias, y uniformar las directrices de comportamiento adecuado. Empezando por el final menciono la última sesión plenaria de la Abogacía Europea en noviembre de 2.006 aprobando la Carta de los Principios Esenciales del Abogado Europeo; cito también el Código de Conducta de la Corte Penal Internacional de 2.005 para regular la conducta de los abogados que actúen ante dicho Tribunal; y la reforma del Estatuto General de la Abogacía por Real Decreto 658/2001; o normas más sectoriales y específicas como el Reglamento de Publicidad de 19 de Diciembre de 1997 aprobado por la Asamblea de Decanos; pasando por el Código Deontológico Europeo de 28 de Noviembre de 1.998… En definitiva, resulta patente la vocación constante de renovar la esencia del ejercicio de la profesión, y esto no es reprochable sino fuera por la lejanía de los objetivos, por lo retórico de los principios, por la flacidez de su ejecución…Uno contempla con ánimo romántico estas propuestas desde un despacho mientras espera que un compañero le devuelva una llamada, mientras se recupera de una contestación despectiva, mientras se desespera por las tácticas dilatorias de un letrado defensor de un insolvente, mientras asiste abochornado a una vista donde el letrado contrario exhibe comunicaciones profesionales sin el más mínimo pudor… ciertamente mientras ejerce la profesión, y contempla triste la Deontología como una bandera de los débiles, o como un refugio de teóricos o “quijotes solitarios”… Además, de asistir agitado a una evidente proliferación de Deontologías: la de los grandes y la de los pequeños; la nacional y la internacional; o la de sufrir limbos dispositivos como la relativa a las comunicaciones electrónicas… La Deontología acaba por presentarse como un barco con filtraciones, del que se han tirado muchos pasajeros y hasta tripulantes, otros se aferran a los mástiles y las velas, a los salvavidas, otros han aprovechado barcas y navegan huyendo del hundimiento; y por supuesto el capitán y los mandos directivos siguen dentro, en el cuadro de mandos, al lado del timón, sin abandonar el barco porque es donde son importantes, pero sin ser quizás del todo concientes de que se acabará hundiendo si no lo llevan a puerto y reparan los desperfectos o lo cambian por uno nuevo, pero eso sí conservando el mando y los trajes de oficial impolutos.

Se mencionan la honradez, la probidad, la rectitud, la lealtad, la diligencia, la veracidad, la independencia, el secreto profesional, las incompatibilidades, la función social, la integridad… Y todo ello se exhibe y expone en los códigos y estatutos de mil formas, y en cambio no se despeja esa sensación de vacío, de libro regalo, de bandera que ondea desde siempre jalonada por mil fotos e infinitos desplantes…Mas como en muchas otras facetas creer es el paso previo a querer… Es por ello que no puede evitarse un casi tradicional reproche a las instituciones y compañeros de camino de la vida jurídica, porque la Deontología se basa en el respeto y en el reconocimiento, se ampara en una sensibilidad que debe ser común y que en realidad no se percibe ni se encuentra… Son necesarias las normas pero mucho más importante es su exigencia, su conocimiento convencido, su aplicación y la valoración de aquel que las atiende… Cierto es que programas de formación universitaria y profesional comprenden e incluyen el contenido ético y deontológico, pero serán letras en un papel sino encuentran la continuidad de la necesaria sensibilización y labor de concienciación para reforzar la posición del colectivo y el aislamiento del incumplidor… y definitivamente en ello no puede esconderse el absoluto protagonismo de los Colegios de Abogados cuyo lustre e “ilustre” debe comenzar por esta gloriosa y compleja labor de exigir, convencer, formar conciencias, orientar formas y conductas, eliminar tachas y acciones impropias de una profesión que se ocupa de aspectos trascendentes de la sociedad y que se localiza directamente en el auge y defensa de derechos y libertades inherentes a la condición humana. Pero cuando hablamos de Colegios Profesionales no se busca tanto el “engorde” de comisiones y cargos como una auténtica preocupación por generar compromiso con la ética, con premiar ese compromiso y perseguir y erradicar las conductas que dañan la imagen del colectivo… eso debería ser lo ilustre de un Colegio de Abogados… Si bien la Deontología, y los valores que no se traigan de “casa” se impondrán e interiorizarán con mucha más dificultad, pero todos somos responsables de implicarnos en tarea… que la pasividad no es deontológica ni ética…