Siempre que alguien se incorpora a alguno de mis equipos de trabajo o de gestión, o incluso cuando alguien se atreve a pedirme consejo, recomendación o enfoque, en mi discurso siempre tiene un hueco principal la importancia de dar margen al error, de animar a hacer cosas asumiendo el riesgo de fallar. En definitiva, soy un firme convencido de estimular el riesgo a equivocarse intentando, haciendo, buscando, decidiendo… Eso sí, a este ánimo inmediatamente sigue un límite o condición: no vale repetir el mismo error, fallo o desviación.

Y de aquí surge mi planteamiento de la necesidad de interiorizar ese estatuto de la equivocación como criterio operativo y de desarrollo personal y también como paradigma de una nueva cultura en las organizaciones. Y es que el primer mérito de un líder, promotor, coordinador o responsable, empresario o emprendedor, directivo o ejeuctivo, es rodearse de talento, del mejor y más variado y potente talento. Pero claro si te rodeas de los mejores y los limitas estás encerrando flores en una urna, u ocultando luces en una caja. Algo así como lo que decía Steve Jobs: “contratamos a los más inteligentes no para decirles lo que deben hacer, sino para que nos digan qué debemos hacer”. En otras palabras: resulta esencial para la productividad de una organización permitir y facilitar o apoyar que el talento fluya, se desarrolle y encuentre el ecosistema adecuado para crecer y aportar valor. Y todo esto implica asumir que esas capacidades no son infalibles, y que precisamente el talento se refuerza y aprende de los errores, o incluso que todo talento debe llevar incorporada necesariamente la virtud del aprendizaje para no anquilosarse o devaluarse.

Si exigimos infalibilidad al talento o penalizamos cualquier error, estaremos atenazando su potencial, y desaprovechando sus posibilidades. Cada error o fallo bien analizado y asimilado es un anclaje de enorme valor, y equipaje para mejorar. Hay que liberar las cadenas tensionales generadas por el miedo a errar tan típicas en muchas esferas de nuestras conductas y actuaciones. Hay que desencadenar los sentimientos de culpa o de responsabilidad mal entendida que cercenan la intención de hacer algo, de ejecutar una idea, o afrontar un reto, porque lo contrario es correr o andar con peso, o arrastrando una carga que a su vez ralentiza los pasos por la resistencia del camino y que va absorbiendo impurezas de la trayectoria e incrementando su tamaño. Si convertimos cada error en un problema, terminaremos por ser un problema en nosotros mismos y nos alejaremos de ser solución para la organziación que nos espera. Si en cada error; distinto, único e insólito; extraemos una oportunidad y un conocimiento, nos estaremos abriendo a un horizonte de superación y mejora incesante.

Miremos a los ojos a quien nos importa, a quien necesitamos o de quien esperamos algo y digámosle: “tienes el derecho y deber de equivocarte, y la responsabilidad de no repetir el mismo error o de buscar nuevos fallos”… Los errores son la baliza para despegar y aterrizar en nuestros sueños, aspiraciones, ilusiones… y para exprimir los motores de nuestros talentos. Una buena cultura del error, un estatuto de la equivocación con su anverso y su reverso, con sus condiciones, adecuadamente implantada en una organización, bien comunicada y compartida, propicia opciones de competitividad infinitas a una organización, a partir del desarrollo personal de cada miembro del colectivo.

 El error es el camino idóneo para los grandes aciertos, y el éxito es el conjunto de pequeños aciertos precedidos de intentos.