Hace unas semanas leía un artículo – reportaje en un periódico sobre un tema que ha ido macerando en mi pensamiento y que ya en aquel instante impactó en mí suscitando una extraña sensación entre la serenidad y la esperanza consciente. El texto, de esos en los que te detienes cuanto tienes cierta relajación, destacaba que lo mismo que la ciencia aplicada al voraz progreso era la responsable directa o indirecta de muchos de los problemas que hoy amenazan al mundo, a su evolución y su supervivencia tal y como lo conocemos o concebimos; también había una ciencia buena capaz de mitigar y contrarrestar esos efectos de su lado oscura, y  “salvar nuestro mundo”.

Claro, toda la suerte de formas de contaminación y deterioro planetario desencadenadas por la aplicación a elementos de la vida cotidiana de descubrimientos y de investigaciones científicas; y su anverso positivo; son obra del hombre, y con estas premisas, llegamos al axioma de que el hombre con su ciencia termina por ser el yin – yang de la propia existencia y su desarrollo. Algo que puede ser obvio me llama la atención porque la tendencia es pensar en los efectos nocivos de la ciencia al gestionarse por los intereses más espúreos de nuestro tiempo, y esta inclinación nos aleja de la otra versión: la ciencia como antídoto de sí misma, el buen científico como garante de su propio reverso tenebroso.

En términos prácticos: el agujero de la capa de ozono, el deshielo, el cáncer y otras enfermedades graves provocadas por factores múltiples (tipo de alimentos, contaminación…), la desertización… Vamos, lo que vienen a ser “el hombre del saco del siglo XXI”, o si se quiere “los Sauron de este tiempo”; que son consecuencia de la forma de vida que asumimos repleta de elementos “indispensables” que estropean lo naturalmente esencial; tienen y tendrán su propia réplica. El Señor Oscuro se topará con el Gandalf de turno, ciencia buena frente a ciencia mala; Harry Potter frente Lord Voldemort… Fantasía que recrea la confrontación de la ciencia, o acaso la ciencia que realiza la fantasía, o incluso, tal vez la ciencia que empieza siendo fantasía para acabar transformando la realidad, estemos preparados o no.

Sea como fuere, el hombre empieza y termina por ser la piedra angular, su conocimiento y su forma de utilizarlo son la piedra filosofal de nuestra humanidad. Es una espiral o círculo vicioso ciertamente kafkiano y hasta esperpéntico: el hombre y su ciencia arregla y mejora el mundo y la vida, que el propio hombre y su ciencia estropea y daña. Y mientras vivimos se decide en confrontación y contradicción incesante aquello que marca y determina esa misma existencia.

No es que antes dejara de dormir o durmiera peor pensando en los agujeros de la atmósfera (hay otros agujeros que me quitan el sueño y quizás tengan menos importancia), pero al hilo de esta reflexión, cuando escuchemos o leamos esas noticias con talante alarmista sobre lo que viene o habrá de venir si seguimos así, contamos con el recurso sedante de pensar que la ciencia buena, nuestro Gandalf particular, está alerta y acudirá al rescate. Que no nos falten esos magos buenos o de buenas intenciones… el hombre y su moral, sus valores… siempre es el principio y/o el fin… Pero pensando en ello sí que me desvelo…