Tengo la necesidad de compartir una inquietud o un anhelo, que cuando lo madura, casi me parece un recuerdo: qué sencillo era o llega a ser ver una película o una serie, una trama en definitiva, donde se distinguen claramente los “buenos” y los “malos”. No pretendo disertar sobre el relativismo moral, ni abundar en lo “progre” o “retrógrado” de esta tendencia ética o de su contra. Lo que transmito es mucho más simple y trivial…

 Ese llegar a casa cansado, mentalmente sobre todo, algo estresado o apurado; esa búsqueda de sosiego y relajación, de simplicidad…que se presenta terapéutica e imprescindible para desconectar, para superar el hoy y alienar el intelecto… Ese recurso tan global como individual al mando a distancia para poner en la televisión algo sencillo, que no exija ni demasiada atención, nada de concentración, que no provoque tensión, ni ansiedad, ni esfuerzo… Ese zapping incesante, y una tras otra, dejando aparte deplorables exposiciones de indignidad en forma de personajes – gurús de no sé quien o exhibiciones de vidas ajenas; nos topamos continuamente con películas o series, donde es un ejercicio “einstiniano” identificar al culpable y al inocente, distinguir al perseguidor y al perseguido, al vencedor o al vencido, al fuerte y al débil…  Debe haber oferta de todo y para todos; cierto que la vida es más complicada; pero cuando uno enciende la “caja tonta” debería también encontrar con más frecuencia la oferta “tonta” que sabe apreciar el “listo”… Esa en la que sin mucho empeño uno discrimina al “bueno” y al “malo”, en que no pierdes el hilo aunque te distraigas o te duermas media hora y luego vuelvas a mirar; esa en la que estás tranquilo porque a pesar de las penurias del “bueno” sabes que al final ganará o tendrá razón y saldrá victorioso… Qué paz, que relajación…

Me pesan muchas veces los “medio buenos” y los “medio malos”; los “malos” que hacen cosas fantásticas, y los “buenos” que son puntualmente malvados; me llena de desasosiego la derrota del “bueno”, y ese “malvado” triunfante hace que me retire encrespado y hasta angustiado. Me permito un instante de simplicidad extrema, de ser muy básico y reivindicar a los indios y a los vaqueros, las películas del oeste, los héroes con sus poderes indestructibles…

 La oferta de “vida televisada”, con su crudeza y realismo o híper-realismo, me parece genial para documentales, para obras de arte, pero que no erradiquen y cercenen ese espacio para la sencillez de lo menos real, y que cese o nos dé tregua ese concurso retorcido por personajes tan reales que acaban inspirando una realidad que no ha llegado, o contando una historia con tal profundidad que al final es fantasía; ese desfile de complejidades, de sentimientos confusos, de tramas enrevesadas en la que el bueno hoy puede ser terrible mañana y el malo de hoy inspira compasión y misericordia, y hasta deslumbra con un atractivo que antes era exclusivo del bueno. Los buenos y las buenas eran guapos; y los malos eran feos; esos estereotipos también ayudaban a simplificar, ahora todo puede ser al revés, y nada es lo que parece… Sí, casi como la vida, pero si la vida está en la puerta en la tele debería haber más espacio para los sueños, la imaginación…

 Era más fácil soñar con ser un héroe antes, ahora… Uno no sabe qué soñar, y hasta el diablo se presenta muchas veces lleno de belleza… La tele para escapar de la vida, la vida para escapar de la tele… aunque sea a veces, aunque sea un momento…