Absoluto cansancio bordeando el hastío es lo que llega a producir la confrontación terminológica apuntada. Resulta incesante las veces que nos cuestionan y nos cuestionamos estos conceptos y sus derivadas, e innumerables las veces que nos los encontramos o nos preguntan por ellos. Con la pretensión, no ultimada, de que esta sea una de esas veces que me acerque a la última… Voy a ello…

En su origen cabía atribuirle cierta “gracia”, ya sea estratégica, sensibilizadora, creativa… Pero a esta altura del proceso y por los efectos colaterales y la sobresaturación, la moda nos revienta en la cara y lo que pudo ser un acierto, ahora tiene más tintes de amenaza y confusión que de beneficio cierto. Sin perjuicio de considerar que como concepto, como vocación y como actitud es algo a estimular, incentivar e impulsar dentro de un marco y con un objetivo honesto.

Podríamos jugar a las 7 diferencias y a las 7000, y podríamos encontrarlas, o incluso apenas detectar alguna. Cuestión de visiones, percepciones e intenciones. Insisto en que como giro estratégico, como mecanismo de marketing y divulgación o transformación de mentalidades, e incluso como “gracejo” eufemístico para romper con la “naftalina” de ciertos estigmas empresariales, se le puede imputar notable mérito. Pero se ha pasado de vueltas, y se ha distorsionado el fin, dilapidando el propio origen de lo que debe y debió ser “Emprendedor”.

Volviendo al juego de las diferencias, la primera es la semántica que nos trae la propia RAE, EMPRENDEDOR: “Que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas”, relacionado con EMPRENDER: “Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro”…  Y claro, uno no puede escapar a la inquietud y reflexión de entender que estas descripciones y definiciones también forman parte intrínseca de la condición y vocación empresarial. Así esa, aparentemente obvia, distinción semántica se llena de connotaciones acreditables que llegan a asimilar los términos y hasta hacerlos equivalentes o sucesivos.

Y si vamos a su trama y su desarrollo en el ámbito social… Nos podemos topar con casi todo: emprendedor identificado como autoempleo, con autónomo (como si el administrador o fundador de una Pyme no lo fuera o pudiera serlo igualmente); vinculado al ámbito tecnológico o con un perfil más innovador (como si las empresas y empresarios no tuvieran esas condiciones por miles). También se ha relacionado con parámetros temporales: el empresario que empieza antes de “estropearse” o “viciarse” convirtiéndose en empresario, o la iniciativa más juvenil y “fresca” de ese emprendedor. Y hasta cuestiones estéticas literales: el emprendedor “sin corbata” y “casual”, dejando para el empresario la formalidad y distancia de atuendos más sobrios y protocolarios… A más abundamiento la trayectoria académica también ha dado juego de cintura a la diferenciación: emprendedor aquel más novel y menos preparado, incluso sin formación específica o titulación significativa, sostenido su impulso en un talento emprendedor presumiblemente innato, despreciando los miles de empresarios hechos a sí mismos y curtidos en el camino de superar dificultades imprevistas y hasta imprevisibles…

Y para colmo de desconcierto o de acierto, la ley ha venido a ampliar la bolsa de opciones y posibilidades del término de marras, y acaso terminar de mixturarlos e identificarlos, porque en su artículo 3 dispone que “se consideran Emprendedores aquellas personas, independientemente de su condición de persona física o jurídica, que desarrollen una actividad económica empresarial o profesional, en los términos de esta ley”. Y ante esto, uno no sabe si levantarse y aplaudir o pedir purgatorio… Porque lo dice todo al no decir casi nada, y lo incluye todo al no dejar fuera nada, de donde alcanzamos el axioma de que el emprendedor desarrolla actividad empresarial, y el que hace tal cosa debe ser catalogado también como empresario… Este revuelto de premisas, arrastra los términos al punto de convertirlos en sinónimos y alejarlos de esa confrontación selectiva.

Pues bien, desde mi modesta vivencia y visión, para mí no hay empresa sin emprendimiento, es consustancial al empresario la actitud emprendedora, es imprescindible para una empresa y su crecimiento competitivo la sensibilidad con y desde el emprendimiento; todo emprendedor debe aspirar a la empresa y a la condición de empresario para competir más y mejor sin que ese avance implique la pérdida de valores o virtudes, sino al contrario la suma de experiencias, preparación y conocimientos…

La estrategia “emprendedora” con y por el emprendimiento, por y para los emprendedores, puede ser objeto de elogio en cuanto a su potencial para sembrar y transformar culturas y mentalidades de nuestra sociedad, abrir nuevas visiones y proponer de forma real un nuevo contenido al discernimiento vocacional, pero en la medida en que impacta, o sustituye, o deteriora, o compite, o subsidia, al empresario, su condición y vocación; estamos zarandeando la esencia y pilar básico de nuestro dinamismo económico. Si el impulso de los emprendedores no se articula como camino hacia la empresa y los empresarios, sino se hilvana para que ese emprendedor construya una plataforma presta para competir en la globalidad y la internacionalización, y capaz de generar valor y empleo más allá de la ocupación y el talento o capacidad individual; estaremos sembrando nuestro escenario “micro” de “minas trampa” que explotarán a los pies y a los pasos de las Pymes y Mircroempresas que alimentan nuestro PIB y que son la auténtica esperanza de mejorar la situación del empleo. Estaremos amenazando y lastrando al “pequeño” que puede crecer y que también puede generar y ser marco de emprendedores y de emprendimiento. En una carrera desigual, que acabará por convertir el mercado interno en un circuito endogámico y desequilibrado, donde las grandes crecerán hacia fuera, y las “pequeñas” morirán dentro, con el único horizonte de que ese emprendedor solitario, ese autónomo o autoempleado, o acaso alguno de ellos consiga ser la Pyme o Micropyme que hoy agoniza, en una rotación perversa e improductiva.

¿Qué país pretendemos?; ¿un país pyme que puede estimular a sus empresas y hacerlas fuertes y más grandes hacia fuera y desde dentro?: ¿o un país de autónomos con un circuito vital “exprés” y con limitaciones expansivas alarmantes?. Hay que decidir y asumir, y que la resolución no obedezca de modo principal al ánimo estadístico de arreglar cifras preocupantes en el corto plazo, porque debajo de la estadística está el futuro.