“Yo tengo un don y te lo dono”… Algo así vino a responder Sor Cristina en el programa de la Voz en Italia, cuando Rafaella le preguntó qué le había llevado a aquel espectáculo siendo una monja con hábito… Vamos, el típico qué hace una chica como tú en un sitio como este… Pues bien, la monjita impactó con su voz, su ritmo, y su arte, pero cautivó igualmente con sus respuestas y con su autenticidad.

Yo tengo un don y te lo doy, ese es el sentido de tenerlo… Eso demostró Sor Cristina, convencida y sencilla. Y ese es el testimonio que se desprende del episodio y que tantas aplicaciones e implicaciones tiene para todos, para cualquiera, desde las más simples y rutinarias tareas, vivencias o misiones; hasta los ejercicios de grandes responsabilidades. El caso es que plantearnos esta posición vital tiene notables implicaciones. Todos tenemos dones, virtudes…propias y personales… Hay quien canta muy bien, quien habla muy bien, o pinta fenomenal, o escribe particularmente bien, o es divertido, o simpático, los hay organizados, sencillos, … Todos tenemos esa o esas virtudes que le faltan a otros y que siempre hacen falta. Los que nos quieren bien, saben reconocerlas, y si les preguntamos las destacan sin mucha vacilación… En cambio a nosotros mismos e incluso a muchos que tenemos cerca en determinados contextos y rutinas, nos cuesta y les cuesta apreciarlas, porque no las asumimos o no las compartimos suficientemente.

Aquello que podemos hacer especialmente bien, adquiere su mayor valor y sentido, su verdadera dimensión cuando lo mostramos, lo aplicamos en y para los demás, que es, a su vez, el mejor modo de disfrutarlo cada uno. Algo que parece tan simple y normal, se convierte en extraordinario por excepcional. Por eso la monja del hábito arrancó enfervorizados aplausos, porque dijo con autenticidad y coherencia algo directo y claro: estoy aquí para darte y compartir contigo aquello que es mi virtud.

¿Mostramos y compartimos lo mejor de nosotros mismos?, ¿nos reservamos nuestras virtudes?, ¿saben aquellos que ves a diario que pintas bien, cantas bien, eres un poeta, que eres un crack organizando, o cocinando, …?. Si la respuesta es afirmativa, felicidades… en caso contrario ya estás tardando, porque los dones se deprecian, se oxidan, se ponen amarillos, si no se lucen o se muestran. Las virtudes y los dones son como las plantas de exterior, si no les da la luz suficiente se marchitan.

Ho un dono e dare a voi… te doy lo mejor de mí, porque sólo tiene sentido si tú lo ves, si te sirve. A nadie se le ocurre comprar un coche para guardarlo en una cochera; ni tener su mejor traje en el armario un día especial… Por contra, no nos resulta difícil anestesiar nuestras especialidades, reservarlas, hasta ignorarlas… y sólo nos atrevemos a aflorarlas en ambientes de confianza o de urgencia… Las situaciones límites son la alarma de nuestras virtudes, y la rutina se convierte en una suerte de gotero con sedante para ellas. A veces no hay mayor heroicidad que enfrentar la rutina, y para ella tenemos los dones, porque lo extraordinario lo es siempre aunque se repita muchas veces. Mostrar un don se torna extraordinario en sí mismo, porque lo ordinario muchas veces no pasa por poner ese don a disposición de los demás.

La monja cantarina demuestra que el mejor camino para un objetivo pasa por aplicar nuestros dones a ello, porque nuestras virtudes son nuestras en la medida en que son para los demás.