De la reputación o fama de cada uno se puede afirmar algo parecido a lo de la confianza: cuesta mucho construirla y mantenerla, pero en un segundo, en un mal momento, un error, o un infortunio se destroza. Quizás la diferencia es porque ese buen nombre se confiere o supone las más de las veces de origen, y a quien no se le concede desde la cuna viene a ser un lunar precisamente en la buena fama de la sociedad. El caso es que efectivamente estamos ante algo importante, costoso y sensible, que pese a su valor y estima es razonablemente fácil deteriorar, ensuciar y hasta destruir.

 Aunque acabemos en una reflexión general sobre el sistema y su estado, vayamos a un ejemplo ilustrativo: cualquiera, yo mismo, tú, o aquella persona que nos parezca más intachable y correcta, puede ser denunciado en un momento, en cualquier momento, ahora mismo… por “presuntas” amenazas, coacciones, injurias, calumnias… por alguien que mal nos quiere o que busca dañar nuestro ánimo de forma notoria. Efectivamente, hablamos de realidad no de veracidad, que es la que hay que probar, pero inicialmente, cualquiera puede denunciar a cualquiera ante la policía, y según la hora y la causa se desencadena un secuencia casi traumática para la gente de bien que no se olvida nunca, y que, cuando menos quita el sueño un tiempo…. Más detalles… Nos denuncian por unas posibles amenazas violentas proferidas, la policía nos llama y nos “invita” a acercarnos a comisaría a declarar en tiempo y forma sobre los hechos de los que ha tenido conocimiento, si no acudimos porque no sabemos casi nada o muy poco de qué va, nos arriesgamos a que vengan a buscarnos con el consiguiente escándalo y el ineludible sobresalto… Pero es que además, según la hora y circunstancias de esa denuncia, podemos vivir desde un juicio rápido inmediato, o una tensa toma de declaración y posterior citación notificada, hasta una puesta a disposición judicial, que no sólo depende de la gravedad de la imputación si no de la nocturnidad de la misma, y la costumbre del policía instructor que sin salirse del procedimiento y protocolo establecido puede optar por una u otra opción. Vamos que podemos pasar una noche en un calabozo si nos denuncian a las 22 horas por unas “presuntas” amenazas contra la integridad de alguien… Y en todos los casos, contaremos con la correspondiente ficha policial, noche de gran inquietud y más que probable desvelo si somos gente responsable y de recto o prudente “vivir”.

Lo que describo no es “amarillismo jurídico”, ni pretende alarmar, aunque verdaderamente es alarmante… Se trata de casos reales que me he encontrado no pocas veces en mi ejercicio profesional y empresarial. Muchos, como yo mismo, pensarán que es desproporcionado, que cómo actúa la policía de ese modo… Pero yo además de pensarlo, lo he preguntado, estudiado, comentado y analizado incluso, con la propia policía y personal autorizado… Y la respuesta es otra pregunta contundente: ¿y si no hacemos eso y después hay una actuación grave del denunciado?… Además, la policía está para instruir y tomar constancia, no para enjuiciar ni valorar culpabilidades o responsabilidades. Esta es la fundamentación última cuando cuestionas si a priori no es deducible, aun por indicios, cuál es la realidad de lo acontecido. Al final se trata de que cada cual asume su cometido y salvaguarda su responsabilidad, y así está articulado: empezando por la accesibilidad y facilidad de denunciar, la policía que simplemente investiga, instruye y recaba datos, poniendo después la situación y sus protagonistas a disposición del juzgador, y esto conlleva, trasladar papeles y pruebas y “asegurar” la presencia de las personas implicadas. El itinerario es irreprochable, siempre que la honestidad, la buena fe, la veracidad, lealtad y la responsabilidad imperen como principios garantes… Y eso sí que viene a ser mucha presunción y casi ilusión. De modo que estamos expuestos a que se pueda instrumentalizar la accesibilidad y asequibilidad judicial, se abuse del rigor y protocolo policial y de su ejercicio escrupuloso y responsable, la bondad brille por su ausencia, y el juez al final dicte resolución por versiones contradictorias…lo que ha venido a ser siempre, la palabra de uno frente a la de otro, y ninguna de ella parte con ventaja… Y ya me gustaría que lo narrado fuera una hipótesis o una excepción…

 Si el proceso se presenta tenebroso, las consecuencias más directas no lo son menos: como poco noches sin dormir, una o dos en el mejor de los casos si vamos a juicio rápido y es rápido de verdad, pero también depende de la localidad y el juzgado que toque; y si la cosa es más compleja meses de gran zozobra, y condición de “sospechoso”, o imputado, esto último empieza a tener cierto lustre curricular, pero el buen nombre y la buena gente se resiente y prefiere otros “galones” para sus “méritos”. Y es que a esto se puede añadir el rumor social, la interpretación “lega”, o popular, que no entiende de presunciones ni para bien, ni para mal…sobre todo para mal, y la tendencia al juicio paralelo, la opinión gratuita… De forma que lo construido en cuanto a fama personal aparente durante mucho tiempo se deteriora o erosiona gravemente e incluso sufre daños irreparables para siempre, porque la resolución y resultado final queda en un segundo plano en relación al impacto y difusión del inicio de la “experiencia”, alimentada por esa afición al mal ajeno, y a que es más noticiable lo negativo por ser (esto sí es positivo) más extraordinario lo malo que lo bueno…

 Esta misma historia puede presentarse en otra forma pero también ser igualmente perceptible en esas interminables instrucciones de casos de cierta envergadura, que se demoran y tramitan durante años en los juzgados y donde la etiqueta de la imputación se pone amarilla en la solapa de cualquiera, importando poco al colectivo el final del proceso, donde se suceden los juicios paralelos y mediáticos. Esto suena a casos famosos y de moda, pero también es habitual en imputaciones y procedimientos por accidente laboral, accidentes de tráfico, peleas o agresiones no necesariamente muy graves, delitos fiscales o en materia de subvenciones, apropiaciones indebidas… y en general, delitos económicos… Donde el imputado inicial, puede no llegar a ser acusado o sí, condenado o no, pero el tiempo y el “ruido” que acompañan la historia desvirtúan su sentido, y la persona sobrevive pero su “buena fama” resulta presa y condenada desde el principio.

 Ante todo esto el Derecho Penal tiene como máxima la “intervención mínima”… Y desde aquí invita a la reflexión: ¿realmente es así?… El abuso de la accesibilidad de la justicia debe partir de una educación e interiorización de su importancia y su valor, esto es, justicia para todos, pero no necesariamente para todo o para cualquier cosa… El sentido común no se regula, se forma, se difunde…pero no puede ser un artículo de lujo, ni siquiera para el sistema, ni sus responsables… La seriedad de la justicia pasa porque nos la tomemos en serio, y porque sea muy seria, empezando por aquello de lo que se ocupa y cómo se ocupa… Y desde luego, la buena fama y su protección no pueden ser una cuestión tan baladí…