Hay una imagen que me agita y me interpela: el brasero y la mesa camilla tradicional. La recuerdo en casa de mis abuelos, con esas faldas de , que pesaban al arropar las piernas. Me remonto al principio y todavía se me presenta casi viva la imagen de mi abuela preparando los braseros en el patio, prendiendo el picón tapado con papel de aluminio hasta coger temperatura, y luego colocarlos en las camillas de casa, y acoger la badila por compañera para removerlos cuando decaían en su misión… Sí después, ya pasamos a lo más urbano, a la innovación del brasero eléctrico, que provocaba ese mismo efecto de reclamo, de reunión, de congregación entorno a la fuente de calor principal. Era un hábito inamovible, el reposo alrededor de la mesa con el brasero en el centro, y la televisión era un refuerzo más para ese punto nuclear y esencial de cualquier casa, de cualquier vida, de todas las vidas..

Aún hoy conozco a apasionados del brasero, y se aferran a él en tiempos de calefacción, de bombas de calor, de temperatura ambiente… Incluso hay rincones donde sobrevive el picón entre aquellos mayores que sólo se conciben en su mundo si están entre esos aromas y con ese protocolo… no sin riesgos. Incluso la necesidad y el ahorro han impulsado este recurso en un formato u otro. Pero la realidad que se impone es la otra, la de la calefacción central, mantener una temperatura estable y confortable, las mesas camillas han dejado paso a las mesitas de salón y de café, e hilando fino o subiendo el nivel hasta hay reguladores individuales por dependencia y termostatos automáticos que se auto regulan a partir de una programación específica. La tele sigue siendo un reclamo central pero tampoco es excepcional varias televisiones o que se recurra a los ordenadores o “tablet” para la misma función en uso individual… Se atomiza la operativa interna del hogar porque se descentralizan las referencias, se personalizan y se individualizan.

El caso es que son para mí ya recuerdo entrañable la mesa camilla con el brasero, la abuela cosiendo, los padres leyendo, todos hablando e interactuando, era el principio o el fin de cada día, el momento de reposo y de repaso, o simplemente una concentración de silencio natural y compartido acariciado por un calor común.

Y me atrevo con la metáfora: al perder la referencia del brasero se diluye el calor del hogar y se arriesga algo de su sentido y esencia. La necesidad de abrigo y calor reparador como convocatoria ineludible, siendo que al final era la palabra o el silencio de los congregados el principal refugio. La solución no es volver al brasero, o sí, pero sí procede cuidar la referencia, el centro, el punto donde encontrarse y desencontrarse… Pero el brasero como principio y como fin, desde donde salimos y a donde volvemos, para revisar o emprender camino… Porque el brasero también tiene su peligro, y no son de inhalación, sino de inhibición, de comodidad perezosa, el brasero anestesia el ánimo, y adormece nuestra voluntad de enfrentarnos al frío…aunque el alimento del brasero y su valor reconfortante es fruto del calor de la compañía que procura más que de la temperatura generada… Y desde luego provoca la valentía de aquel que abandona el calor para chocar de bruces con el invierno en que convierte el ambiente lejos de la camilla, lejos de quienes ya estarán siempre en el brasero de nuestra memoria.

El dichoso desarrollo sostenible ante el que parece sucumbir el brasero, parece solicitar ahora su efecto catalizador de relaciones y lazos para sostener el desarrollo, porque es la humanidad y su calor la que nos prepara para el frío y la que nos protege de él. Una humanidad que se echa de menos a sí misma porque tiene dificultad en encontrar sus referencias. Echo de menos el brasero, y la camilla, y el “ecosistema” emocional singular que generaba, digno de protección, digno de recuperación.