Cuando nació mi primer hijo rescaté una canción de cuna de esas que antes me cantaron mi madre y mis abuelas, y que pertenece a esas imágenes y recuerdos imborrables que no son de la memoria sino del alma, que almacena instantes que desafían cualquier teoría o ley sobre la cognición y la conciencia. Ese recurso surgió en mí naturalmente desde el primer instante en que tuve la ocasión de acurrucar al pequeño entre mis brazos y pretendía dormirle, hasta el punto de convertirse en un hábito reiterado, que se ha sucedido en cada una de esas situaciones idénticas con cada uno de mis maravillosos vástagos. Y ciertamente ese susurro-canción siempre ha funcionado y ha conseguido su objetivo: sea por la paz del momento, por el efecto de la melodía, por mi tono o entonación, por la conexión íntima e invisible que se produce, o simplemente porque los “pollitos” son un coñazo y se elige bien el momento y el estado del bebé… siempre funciona… Y se ha testado debidamente incluso con niños ajenos…

“Los pollitos dicen pío, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío. Su mamá les trae el maíz y el trigo, les da de comer y les presta abrigo. Bajo sus dos alas acurrucaditos, hasta el otro día, duermen los pollitos, pío, pío, pío…”. Y esto tarareado suavemente al oído, las veces que haga falta, con cierta paciencia y sensiblidad… Así me he visto y me veo con mi última pequeña. Y en una de esas escenas, se me fue el pensamiento a hacer paralelismos entre los pollitos de mi casa y la satisfacción de estar con ellos, de atenderlos y cuidarlos, de acompañar su crecimiento y sus pasos; y los desvelos que me provocan los “pajarracos” que surcan o se mueven en los mundos donde sin remedio debemos competir, sobrevivir y movernos; o entre el nido y su confortabilidad y el abismo frío… Claro, si me asaltan y atropellan esas tribulaciones la niña se sobresalta y se mitiga o merma el efecto de los “pollitos”… Primer daño colateral de los pajarracos: son un pensamiento tóxico.

Pues eso que al hilo de los “pollitos” confrontaban en contradicción y lucha sin cuartel, la idea del nido, de su importancia y valor, de la necesidad de esa referencia que es origen y destino, sentido final de lo que somos y hacemos, y el verdadero termómetro de nuestro contenido vital; y enfrente la inquietud de que, como las grandes aves, el mejor modo de proteger el nido y a los polluelos, es volar lejos, atacar y abordar los peligros, o desviarlos de sus proximidades… También hay que salir del nido para traer el alimento, para comprobar como está el exterior y entrenar a la progenie según las circunstancias, testar la temperatura, las oportunidades y posibilidades… El nido es tentador, puede adormecer, entumecer el entusiasmo, acomodar el espíritu; pero también calentar la voluntad, estimularla y orientarla, y motivar el vuelo; porque en el nido uno encuentra siempre la razón para volar y la necesidad de volver. Esa contraposición entre acomodarse y defender el nido, o volar para ahuyentar y derrotar peligros, buscar la comida y los recursos, adquirir la visión para luego compartir la misión… Y tal vez lo uno vaya ligado a lo otro, se complementen… Es indispensable no perder la sensación de calor del nido, recordarla como esencia propia, y retornar siempre, porque el día que se pierde el nido, decae el valor de volar.

No se trata de un artículo en clave Félix Rodríguez de la Fuente, pero las grandes rapaces protegen su nido en la misma medida en que vuelan fuera, recorren el firmamento, capturan a sus presas… Acaso porque la única forma de que un día los polluelos vuelen es mejorar el mundo en el que deben batir sus alas; acaso este es el motivo principal para salir del nido, y para volver a él, y sobre todo, para tener un nido, lleno de polluelos… No podemos evitar pajarracos, pero enfrentándolos, afrontándolos, adquiriremos destrezas para después enseñar a nuestros pollitos a volar con más posibilidades; y los alejaremos de nuestro nido; o incluso derrotaremos a algunos que ya no entorpezarán los viajes de otras generaciones… pero los pajarracos nunca deben ser la razón para volar, y a veces son la señal de que necesitamos reforzar y cuidar nuestro nido, descansar en él, y preparar nuevos vuelos y nuevos voladores…

No obstante, cuando produce especial tensión y desasosiego abandonar el nido, hay que pararse y reflexionar para resolver, y son varias las opciones: o nos movemos entre demasiados pajarracos y hemos de cambiar de parajes; o hemos volado mucho y en lugares complejos y hay que seleccionar más las salidas y las luchas; o es tiempo de nido, descanso, recobrar fuerzas, disfrutar de ese calor y dar calor para descubrir o reforzar razones para nuevos y distintos vuelos; o bien es el momento de centrarse en el nido y preparar seriamente a esos polluelos saliendo lo justo y necesario…

Tribulaciones y disquisiciones de “pájaro” que tal vez también sea pajarraco sin querer a ojos de quien no pueda ser otra cosa… Tribulaciones y disquisiciones de que quien se siente pleno en el nido, pero que no renuncia a volar, y a desear y conseguir que otros vuelen más y mejor.

La niña llora…