W. Churchill es todo un pozo de frases célebres, hasta el punto de sospechar si ya en su época se llevaba lo de la comunicación en 140 caracteres y los post… En fin, el caso es que pululan cientos de frases profundas y brillantes de este gran personaje, que a mí me resulta bastante inspirador por su capacidad de liderazgo y su “envergadura” y trascendencia histórica. El caso es que Churchill dijo una vez algo así como que “no hay que detenerse a lanzar piedras a los perros que ladran si queremos alcanzar o completar nuestro destino”… Y lo cierto es que si nos paramos a pensarlo, esto nos sucede muy a menudo. Vivimos demasiado ocupados de los “voceros” que se cruzan en nuestros pasos, y derrochamos energías y talento en superarlos, derribarlos, convencerlos o derrotarlos, cuando tal vez ni la situación ni su protagonista merezcan tal dedicación y esfuerzo. Y esto nos desgasta y entretiene, nos distrae y merma de cara a avanzar y perseguir los objetivos realmente importantes.

Nuestro sendero se jalona de conflictos y pseudo-adversidades o falsos adversarios, y nos cuesta caminar sin mirar atrás o ignorar una presunta batalla que no es tal, si acaso escaramuza de despiste para apartarnos del horizonte que teníamos claro. Resulta bastante frecuente que nos prestemos a todo ello, hasta el punto de que corremos el riesgo de enredarnos en esa madeja de tiempo, discusión, ofensa, réplica y contra-réplica, haciendo del ladrido y su gestión nuestro foco principal; derrochando así nuestra capacidad de disponernos a más y mejores metas o encomiendas, que en el punto de partida distinguíamos con claridad.

A ello asistimos en muchos foros y ámbitos. El más paradigmático es la política, llena de “ladradores” que se entretienen unos con otros, y se hace complejo discriminar quién camina, quién tiene un camino y hacia dónde va. Pero siendo este ya un contexto tan cansino como recurrente, la conducta descrita es muy propia de cualquiera o de casi todos. Dejarnos atrapar por los conflictos, por los lados del camino, por cualquier llamada o alerta que surge mientras avanzamos… y todas ellas son innumerables, con lo que tendemos o corremos el riesgo firme de que ocuparnos de ellas nos lleve a olvidar el recorrido que queremos o quisimos… Y cuando nos queremos percatar todo nos parece urgente, a todo le dedicamos tiempo, menos a lo más importante… avanzar en el camino.

Y todo ello es especialmente palpable en aquellas vivencias en las que hemos de gestionar a sujetos o individuos que “nos ladran”. Nuestra naturaleza o nuestra educación nos hace sentir en la obligación de averiguar porqué y para qué, de empeñarnos en que el “ladrador” calle, o incluso llegamos a tratar de ladrar más alto y fuerte para intimidar y derrotar al “osado” intruso de la vereda… Sea como fuere, entre ladridos y ladradores, si lo analizamos con cierto juicio y profundidad, con perspectiva, muchos insomnios, tensiones e inquietudes vienen provocadas por esos ruidos del camino y sus actores, que por el desvelo que debería motivar e impulsar nuestros pasos hacia un destino más importante y productivo, ese que imaginamos, deseamos y pretendemos.

De hecho, es fácil reconocerse mucho más ocupado y preocupado de aquellos que nos quieren mal, sufriendo por lo que nos dicen o nos pueden decir, nos hacen o nos pueden hacer, que apretando la carrera en compañía de quienes nos quieren, nos apoyan, nos comprenden y nos valoran… Esta reflexión me la aplico y la comparto, porque es mejor mirar al horizonte y progresar hacia él que distraernos con lo que sucede alrededor de nuestro sendero y no nos merece, o mirarnos los pies y bajar la cabeza.

No temer, superar los miedos, es el modo de dejar atrás los ladridos, de “aburrir” a los ladradores, y de demostrar que tu camino hacia tu destino es mucho más importante que quien se cruza en medio para entorpecer tus pasos, porque siempre hay un motivo o muchos, una persona o muchas, para seguir, que te cantan y te hablan, y no te ladran…