Ahora que el curso escolar toca a su fin quería contar algunos pensamientos o situaciones vividas… Soy padre de una niña de infantil y dos niños de primaria, además d e otra niña que tiene 9 meses, vamos que estoy acreditado en mi condición de padre, siendo ese un aprendizaje continúo, siempre inacabado y un desafío constante. Pues bien, desde esa posición de padre y con total ánimo constructivo y de colaboración con colegios y maestros, en esa interacción educativa tan necesaria y demandada por los docentes, muestro mi sorpresa por una experiencia vivida este año: en este curso los niños de infantil no han elaborado/preparado/entregado regalo en el día del padre en centros diversos (el de mis hijos y otros de los que he tenido noticias), en una práctica extendida en más o menos niveles educativos y con mayor o menor antigüedad, con la que me topado por primera vez. Y me suscita una reflexión (que ya expuse en el Colegio de mis hijos y sigue dándome vueltas) que no parte de un especial interés por mi parte en esa celebración (malo será que se tenga que transformar en otra reivindicación más de nuestro tiempo), ni en un empeño en recibir nada puntual, pues soy y creo más en la constancia y la persistencia de las actitudes deseables para un padre, que en cualquier obsequio material. No, no es una cuestión de interés particular, ni de ego paterno… Se trata más bien de inquietud y responsabilidad por entender, para participar y para aportar.

EL PORQUÉ DE ESTOS CRITERIOS.-

Así, lo primero es manifestar que desconozco los motivos o fundamentos de esas decisiones porque no me llegan detalles de los debates de claustros o de Consejos Escolares o no he accedido a ellos, y lo que me alcanza es la decisión final y, sin obviar lo que esté en mi debe de informarme al respecto, sobre todo, destaco que es importarnte conocerl esos detalles precisamente para contribuir con los argumentos y consideraciones consiguientes. Lo que comparto busca como objetivo principal precisamente eso: debate abierto y profundo donde proceda. Y por supuesto, respetando la competencia, legitimidad y potestad de los docentes y directivos escolares a aplicar fundadamente sus criterios; que es directamente proporcional a mi derecho a opinar, sugerir, proponer y participar en y desde la educación de mis hijos.

Y es que, si las razones para la no celebración de estas efemérides (la del padre y otras similares) tienen que ver con no generar frustración en niños con determinadas circunstancias de paternidad, parentales o familiares, lo que me provoca es una preocupación sobre la gestión educativa de la adversidad, la desazón o la diferencia, es decir, evitamos la situación como salida fácil para no afrontar una realidad con la que esos niños conviven, y perdemos una oportunidad para entrenar su capacidad de enfrentarse y adaptarse a ello, o peor, no confiamos en su potencial para asimilar su situación; o más allá, no les dejamos reconocer el papel de quienes en sus vidas tengan la importancia y el papel de un padre. Y otra variable es que también impedimos o limitamos la solidaridad de los compañeros y la creatividad de los afectados y hasta su propia ocasión de compartir sus circunstancias. Si aun así hay frustración y tristeza concreta y localizada, se presenta un reto para los docentes y para el propio sistema, y un modo de detectar una situación que requiere especial seguimiento y atención. Pero las oportunidades de todo eso se fomentan, se cuidan, se controlan, no se eliminan; porque entonces corremos el riesgo de falsear la realidad y de alienación, y para eso ya están muchas películas y dibujos animados… Es una equivoación dejar escapar de ese modo la ocasión de enfrentar miedos acompañados, despertar la empatía de compañeros, la posibilidad de comunicar o desahogar emociones, de reconocer otras formas de cariño, incentivar la imaginación, interpelar la sensibilidad y la comprensión del entorno…

Y más peligroso y reprochable es si nos aventuramos a las comparativas y concluyéramos que se han ponderado las frustraciones de unos más que las de otros, o sea,

Sin título1s

que un número (no mayoritario) de circunstancias especiales (que se atienden por estar muy presentes y en número significativo en la sociedad) tiene más importancia que la decepción, por ejemplo, de aquellos que tenían hermanos, primos o amigos en otros niveles educativos o en otros centros, o en otras actividades en los que sí se ha preparado el regalo…partiendo de la base de que todo esto implique esa pretendida frustración a erradicar. Ni lo uno ni lo otro, porque siempre que hay frustración o tristeza y no se afronta, aunque sólo sea de uno, es empate o derrota. Y si para impedir la afección de unos, provocamos la de otros, mal vamos. No obstante subestimamos con frecuencia y no le damos cabida suficiente a la capacidad de adaptación de los niños. Como experiencia: mi hija, directamente afectada, al día siguiente se buscó unos folios, los coloreó y decoró a su estilo, y me los entregó como regalo para “hacer lo mismo que sus hermanos”. En definitiva, se “buscó la vida”, para algo que le ha venido impuesto, que le ha sorprendido pero que ha tenido que aceptar y procesar.

DE MAYORÍAS Y MINORÍAS EN LA EDUCACIÓN.-

Igualmente, me resulta inquietante que se hubiera apostado por «proteger» erróneamente y por inercia a una minoría y desconocer o ignorar a la mayoría (algo que viene a ser tendencia de actualidad). No creo en las dictaduras injustificadas ni de mayorarías ni de minorías. Y ante todo hay que ser sensibles con las minorías y respetuosos con las mayorías y unas y otras han de convivir y tolerarse; y educarse en ello. Y claro de todo esto, me han surgido muchas preguntas, tal vez tan importantes o más que las respuestas y reflexiones: ¿qué pasa con los niños sin padres que ha habido siempre?, ¿el hecho de no hacer el regalo mejora la realidad?; si un niño no tiene padre, ¿ya implica que los demás no harán regalo para que no esté triste?. Yo animaría a que se celebre el día del padre, el día de la madre y el día de la familia, y a que potencien y generen oportunidades para la emoción, para la educación, para la valentía, para los retos, para la solidaridad, para la comunicación, para el respeto; porque esconder o tapar el obstáculo no evita tener que superarlo en algún momento, y es mucho mejor empezar a pintarlo de colores, a hacerlo propio, a reconocerlo o familiarizarse con él… y es muy sano y necesario que los niños sepan alegrarse con los demás, preocuparse con las circunstancias de los demás, saber de otras historias y situaciones. Y es especialmente importante que no caigamos en la tentación de las salidas fáciles, ni sacrifiquemos innecesariamente unos niños por otros, si pueden compartir camino desde realidades diferentes.

Y otra posibilidad interesante y que apoyaría es que la esencia de la postura buscara alejar forzadas conductas materialistas subliminalmente interiorizadas… Pero esta alternativa se desvanece o deviene incoherente cuando uno se pone a pensar en otros momentos y épocas y como se abordan en los centros: se celebran los carnavales (te gusten o no, y haya tradición local o no) y hasta Halloween (ahora las castañas o te las comes vestido de fantasma, o de bruja, o del monstruo del momento o no eres nadie, o ni siquiera se comen castañas). Pues confesaré que yo de pequeño (vivía en Badajoz, ciudad de extraordinaria y reconocida tradición carnavalera) me tuve que disfrazar de pollo (de esos amarillo y con cresta), lloré por ese día y por otros pocos, por mí y por todos mis compañeros, y no por eso los demás dejaron la fiesta, ni suspendieron el carnaval…faltaría más, y aquí estoy, ya sin traje de pollo y sin que se me haya despertado el espíritu del carnaval pero encantado de que otros lo disfruten.

EL SENTIDO DE ENSEÑAR A COMPETIR: JUGAMOS, COMPETIMOS Y APRENDEMOS.

 

De aquí salto a otra tendencia que se me viene a la cabeza relacionada con lo anterior y constatada igualmente este curso: se evita que los niños compitan especialmente en el plano deportivo, cuando lo importante es que aprendan a competir de modo sano y respetuoso, porque la vida real está llena de competencia, si se la evitamos o si no les formamos para ella, al final competirán mal o serán malos competidores o tendrán que aprenderlo de golpe. La competencia no es fruto de frustración o decepción sino un marco para aprender el valor del esfuerzo, el sentido de ganar y de perder, y otra forma de convivir. Competir no es atropellar a otros, sino medirse con otros para descubrir mejor quien es uno mismo. Tanto blindaje ante los riesgos de la realidad, nos puede llevar a una espiral absurda de que los bajos no se pongan con los aSin título1sdltos, los rápidos con los lentos, los tímidos con los extrovertidos, los simpáticos con los serios … y entonces ninguno de ellos sabrá de sus capacidades y posibilidades para que el otro no se tope con sus debilidades y ámbitos de mejora. Y nadie es perfecto y todos tienen dones y talentos: el lento puede ser habilidoso o simpático; el rápido y atlético a lo mejor es tímido; el atrevido tal vez es bajo… descubrir al otro y descubrirse con el otro. No podemos ni debemos evitarlo, sólo acompañarlo, vigilarlo… lo otro es versionar la vida, que vendrá con la garrota antes o después y nos cogerá sin casco o con las fontanelas sin cerrar.

En fin, yo, como cualquier padre, deseo la felicidad de mis hijos, pero mi empeño es que esa felicidad no sea a costa de esconder las piedras de los caminos, de impedir que tropiecen o se caigan, de allanar los recorridos, de buscar la dirección más corta… La felicidad que yo anhelo para ellos es la de saber apreciar el sentido del esfuerzo, y el valor de conseguir cosas a base de tesón; la de entender que el primer paso para los aciertos es estar dispuesto a equivocarse, y que para alcancar cualquier meta por pequeña que sea lo primero que hay que hacer es intentarlo, que no hay éxito para el que no lo intenta, y haberlo intentando ya implica parte del éxito y sobre todo aprendizaje. Quiero esa felicidad de saber levantarse y de que un tropiezo a veces conlleva avanzar más rápido. Cada uno con su edad y en su momento: empecemos por colorear los obstáculos y dificultades, sigamos por acompañar el intento de superarlas, de rodearlas o de saltarlas, y terminemos porque asuman que saltar, caerse, tropezarse, levantarse… es parte del camino, y no hay mayor satisfacción que recorrerlo y terminar con el equipaje de lo que cada paso implica de esfuerzo.