Asistimos en esta última etapa a una estrategia o modelo de hacer política que a mí me llama la atención y que me descuadra. La era del marketing, de la comunicación, de las redes, y la globalización del mundo, marcan decisivamente cómo nuestros representantes gestionan los tiempos de las decisiones. Tan es así que a veces sería más efectivo regirse por el calendario político: elecciones, votaciones… que por cualquier otro antes de aventurarse o planificar una actividad. Porque no es ningún secreto que al aproximarse comicios o similar, aumenta la inversión pública, se convocan oposiciones, proliferan subvenciones…
Pero más allá de eso, mi reflexión es que esa preocupación y ocupación por manejar los tiempos y sacar partido a la comunicación que ahora impera en la estrategia política incluso como pilar esencial, provoca que vivamos en el anuncio permanente y la aplicación diferida, esto es, el gobierno (de cualquier ámbito compentencial: estatal, autonómico o local, aunque más acusado a mayor poder) anuncia una decisión y medida (la mayoría estrella y muchas estrelladas después) y casi se percibe como inminente, pero después los trámites implican que tenga que pasar por el órgano colegiado pertinente, el de debate y aprobación y finalmente el periodo necesario para la publicación y oficialización final. De modo que lo que se nos presenta como casi inmediato se demora meses y meses, rozando el año en ocasiones.
Es bastante habitual, casi una costumbre la rueda de prensa tras consejo de ministros, o tras junta de gobierno, o similar; ahí el primer lanzamiento; después (y después en tiempos políticos no es al día siguiente precisamente) Parlamento o Asamblea, debate, modificación y/o aprobación; y al boletín oficial correspondiente… Esto en el caso del gobierno se multiplica por dos con las dos Cámaras existentes (Congreso y Senado…porque el Senado también existe) para muchos procesos normativos de trascendencia.
Pues bien todo esto que puede invitar al sarcasmo tiene un impacto muy sensible cuando se trata de planificación empresarial, de previsiones económicas, de dinamización social… Y nos legitima para exigir criterio y responsabilidad, porque la política es de todos y para todos, y no para los que la hacen sino esencialmente para sus destinatarios. Tal vez sería interesante plantearse algo así como la información adicional que acompaña los medicamentos o que advierte de los peligros de ciertas sustancias y productos (alcohol y tabaco por ejemplo), de modo que cada anuncio especificara el plazo previsto para su definitiva aplicación, y llegada al mundo real… Porque los fuegos artificiales alumbran y son bonitos un momento, pero son fugaces y ruidosos… y para alumbrar la noche mejor las bombillas. Las fuentes son eficaces pero cuando el recorrido mejor llevar cantimplora… Vamos, que anunciar lo que se va a hacer sólo tiene sentido sabiendo cuándo se hace, cuando nos toca, para cuando nos afecta…
Cuando se trata de política, esto es, de gestionar lo común, lo riguroso debe estar por encima de lo aparatoso. Y desde luego invito a que diseñemos unidades de medida temporal en clave política para no desorientarnos, ni confundirnos: poco tiempo son más de tres meses; se debatirá implica otros dos como mínimo; un momento son 5 horas; está para publicarse nunca es menos de un mes; entrará en vigor suele ser otro mes; hemos pensado o estamos estudiando quiere decir todavía no tenemos nada hecho; lo someteremos al pleno, significa espérate a que toque; vamos a invertir conlleva que habrá elecciones pronto…
En fin, que me río yo del santoral, el calendario chino, los tiempos romanos, Jesucristo como referencia, o las cabañuelas… preguntemos la hora a los políticos para saber cuando nos levantamos y nos acostamos… Aunque también está lo de la desafección… y muchos se preguntan porqué… todavía.
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