Me avergüenzo, me indigno, me horrorizo, me escandalizo… y otra vez me avergüenzo… Sé que muchos, muchísimos han escrito y opinado sobre el drama del pequeño, de muchos pequeños, de toda esa gente, que somos nosotros, que fuimos nosotros, que podemos llegar a ser nosotros… Pero tengo que decir algo sin pretender que sea nuevo u original, porque en realidad difícilmente puedo serlo ante esta situación que coincidimos en repugnar y rechazar.
Me avergüenzo sobre todo porque siento que puedo hacer poco más que avergonzarme. Me indigno porque me lleno de vergüenza de compartir tiempo y espacio y de formar parte de una humanidad que consiente, que alberga, que provoca, cobija o no soluciona inmediatamente todo esto. Me avergüenzo porque me puede la culpa de que mi vida siga fluyendo y no se detenga como la del niño en la orilla; de que mi existencia siga fluyendo entre banalidades y frivolidades que elevo a la categoría de prioridad o necesidad y que eso pase en este mundo, que no deja de ser mi mundo, por más que me empeñe en crear “mi pequeño mundo distinto”…
Me avergüenzo porque queriendo o sin querer, por obligación o sin remedio, contribuyo a este sistema que se gestiona con las manos en los bolsillos, que piensa con la cabeza en la sombra y el corazón contenido, mirando las consecuencias para un futuro diseñado a gusto de unos pocos. Me avergüenzo por ser capaz de convivir con políticos y políticas, gobiernos y gobernantes que no alzan la voz de la emoción de todos, pues si el liderazgo no es capaz de representar nuestro corazón y abanderar nuestra alma, no deja de ser un mero artificio y una pieza de una maquinaria que a fuerza de aspirar al control de la humanidad es cada vez menos humana.
Me rebelo ante la idea de que pase este duelo e hibernemos hasta el siguiente drama. Me rebelo ante mi vergüenza y quiero ponerle precio a mi sonrojo, porque no puedo ser parte de un mundo de niños varados en la arena que debía verlos jugar empapados de olas que arrastran sus cuerpos como forma de nuestra miseria. No soy de esta especie que permite d familias que se asfixian en trenes o en barcos aspirando a una esperanza por la que terminan expirando. Me avergüenza que esto pueda ser un dolor pasajero y mañana sigamos viviendo como si nada. Me avergüenzo de los que matan, de los que no hacen todo lo que pueden por los que mueren, y de aquellos que seguimos viviendo con el consuelo de nuestro sollozo solidario y aliviando la conciencia a base de unos pocos euros o unas pocas palabras…
En este mundo donde hay ricos muy ricos y pobres muy pobres, y otros, ni pobres ni ricos, que luchan por acercarse a la vida de aquellos y alejarse de la situación de estos últimos… todos, todos, terminamos compartiendo las peores de las miserias: el egoísmo, el odio, la indiferencia, la comodidad, la auto complacencia… Hemos dejado que se levante un mundo a base de muchos pequeños mundos con muchos dueños; en lugar de construir un lugar común a base de padres e hijos, hermanos y amigos, pensando distinto o no y avanzando juntos.
Me avergüenzo de que el respeto, la tolerancia, la solidaridad, el altruismo, la entrega, el riesgo por el prójimos…. parezcan quimeras y utopías que se quiebran a golpe de interés, de seguridad, de justificación, de números, de presupuestos, de leyes… Me avergüenzo de la democracia, de las dictaduras, de las izquierdas, de las derechas, de los centros, de los parlamentos, de mis votos y de todos los votos mientras la vida acabe varada y ahogada en una orilla, en un tren, en un barco o en un camión; mientras uno como yo viva con miedo a que otro le mate por ser diferente…
Me avergüenzo de poder hacer poco más que avergonzarme, pero pongo precio a mi vergüenza e intentaré pagar mi sonrojo con letras y palabras salidas de mi alma, con esfuerzo, coherencia, con lo que pueda aportar desde mi mundo (que ya no tengo claro si es de este mundo), con la sensibilidad de no quedarme indiferente, de no resignarme, y con la reivindicación de que esto es insoportable e inadmisible pero mucho más atroz es que todo siga como hasta ahora.
Ese dolor y ese sufrimiento es imposible cifrarlo y descifrarlo pero… ¿Cuánto vale mi vergüenza o la tuya?. Pongámosle precio y paguemos a un “fondo” que sirva para evitar vidas varadas en la arena, paguemos con euros y con hechos; porque rezar es imprescindible pero ya no es suficiente; porque hablar y gritar “¡basta¡ es obligatorio pero no es la solución, porque llorar y escandalizarse unos días sólo puede ser el paso para actuar el resto de los días; porque los únicos datos que nos interesan como sociedad son los de las vidas que salvamos y no el dinero que nos cuesta; porque mientras escribimos y leemos, mientras discutimos y debatimos si “son galgos o podencos”, si ellos o nosotros… hay gente sufriendo y muriendo, y eso nos mata a todos poco a poco.
“Pequeño”: que esta ola de dolor que tu imagen mojada y triste provoca sea el tsunami que este mundo necesita para cambiar, para que cada vida cambie un poco, aunque sea, para que este mundo cambie; para que mi vida cambie un poco, aunque sea, para pagar el precio de mi vergüenza de poder hacer poco más que sentir vergüenza… Que te arropen otras olas en tu otro viaje, ese que merecías y que este mundo no supo darte, porque tú seguro que no eres de este mundo porque este mundo no te merece…
Mi próxima mirada al mar, la próxima ola que acaricie mis pies, y el próximo castillo en la arena llevará tu nombre, vuestro nombre, vuestro recuerdo…y mi vergüenza. Ahora que te convertimos en emblema, en símbolo…que no se nos pase la pena de que sobre todo eras esa vida que este universo necesita… una vida que varada en una playa que se llamará para siempre “vergüenza”.
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