Estoy preparado para hacer lo previsto y convencerte de ello. Soy un genio haciendo planes y dibujando mapas sin nombres ni kilómetros de lo que hay que hacer y de lo que corresponde. Detallo la ruta y los pasos, y te hablo de ello para que no te despistes en el camino y recuerdes donde van los descansos y los mayores desafíos, y para que estés atenta a los momentos importantes. Preparo la maleta y hago una lista del equipaje y te digo las horas y los tiempos para que te organices y no haya errores. Y hablamos muchas veces del recorrido, y repasamos los “hay que” y los “tenemos que”. Miramos cien veces el calendario y el reloj, anotamos la lista de la compra, y agendamos todo aquello que se nos ocurre. Y así nos pasamos la vida, y la vida, mientras, nos va pasando.

Cada día es un horario de tareas, y queremos conocer y controlar las sorpresas sin que dejen de serlo. Nos contamos los deseos para que se cumplan o incluso los cumplimos para contarlos, vaya a ser que nos quedemos sin ellos. Diseñamos un sitio para vivir e imaginamos con quien hacerlo. Tasamos lo más apropiado para cada hora, y lo más adecuado y lógico para cada parte del día, y el mejor día de la semana para cada cometido. El tiempo es oro y buscamos el oro que nos dé más tiempo. Tiempo, horas, minutos, “voy a”, “vamos a”, “a ver si”, que no falte, que llegue, que tenga… Y es que estoy convencido de que nacimos para hacer planes y que se cumplan, nos educan y nos formamos para planificar y acertar, o al menos para planificar la posibilidad del acierto, y medimos el éxito en la medida que se cumple el plan.

Y claro, aunque no te lo diga, aunque sienta ese puntito de cosquilleo miedoso, yo, en realidad te confieso que… quiero que me rompas los planes y me despeines la vida, que pises mi reloj de agujas lentas y cautelosas, y pongas en marcha el crono de tus besos, contando los segundos y parando los números cuando estemos lejos. Yo quiero que me rompas los planes y me des un susto de piel y caricias, que me despiertes con risas un lunes, y el viernes me encierres a ver películas de las antiguas. Quiero que me rompas los planes y colorees el calendario con carmín de tus labios, para que no pueda ver los números y confunda los días de la semana.

Yo quiero que me rompas los planes y me quites de golpe el hipo de mis pasos medidos y calculados, y me hagas correr a una cena romántica un martes cualquiera, o me invites a un parque a la luz de la luna en pleno invierno para decirnos con el vaho de nuestros alientos cuánto nos queremos y cómo nos echamos de menos cada vez que guardamos silencio. Quiero que me rompas los planes y zapatees sobre mis mapas de números y objetivos, y hagas cosquillas con tu pelo a mis temores mediocres de no conseguir aquella meta o de estar siempre esperando que algo suceda.

Quiero que me rompas los planes y no me dejes dormir en una noche entera como si fueras esa ola que va y viene sin descanso a esa playa tuya que soy yo. Quiero que me rompas los planes y te rías de mi cansancio para terminar cantándome una nana de palabras y gestos. Quiero que me rompas los planes y le quites las pilas a la calculadora de mi mente para que juntos perdamos la cuenta de nuestros besos y abrazos, de nuestros deseos y caricias. Quiero que rompas mis planes, y taches mi pizarra de obligaciones dibujando el contorno de tu cuerpo y que emborrones mi diario de recuerdos inventando historias que aún no hemos vivido.

Quiero que rompas los planes y “resetees” mi memoria y me vuelvas a grabar representadas y versionadas nuestras vivencias bajo una manta a la luz candorosa de un candil de los antiguos. Quiero que me rompas los planes y viajemos sin equipaje ni destino, y me ayudes a perderme y a perder el sentido. Quiero que rompas los planes, y seas el imán de la brújula de mi bolsillo y que mi norte apunte a mi sur y que marque este y oeste al mismo tiempo cuando esté tumbado contigo. Quiero que me rompas los planes y me atropelles con lo inesperado, con confesiones, fantasías aun inventadas que me sonrojen y alteren, hasta que me guiñes el ojo y me abraces consolando mi ingenuidad. Quiero que me rompas los planes y me tapes la tele y bailes y cantes como una estrella con exclusiva y seas la artista que llevas dentro o nos riamos del arte que nos falta.

Quiero que me rompas los planes y escondas mi agenda, y me des el cambiazo por un cuaderno de tus palabras y frases, de esas que en voz alta no nos atrevemos a decir por ese pudor estéril que atenaza lo natural e íntimo. Quiero que me rompas los planes, y me saques del trabajo para improvisar una fiesta de dos solos o con muchos pero siempre dos. Quiero que me rompas los planes y me lleves con los ojos vendados allí donde siempre quisiste ir conmigo a hacer aquello que nunca hicimos. Quiero que me rompas los planes y nos bañemos vestidos y paseemos desnudos y me pongas colorado de piropos y versos que no rimen y que me parezcan eternos.

Quiero que me rompas los planes y me pidas que deje mis reuniones y mis libros, y hagas una pelota de papel con mis ocupaciones para irme de compras contigo y verte disfrutar mientas elegimos y te pruebas vestidos. Quiero que me rompas los planes aunque me resista y me sobresaltes de madrugada encendiendo la luz y comiéndome a besos. Quiero que me rompas los planes con tardes de cine y palomitas, y domingos de lluvia trabajando juntos, que me susurres cuando espero un grito, y me grites cuando esté dormido; que nos moje una tormenta repentina y chapoteemos en un charco al pasear por el campo ese día que nadie lo haría, y acabar refugiados bajo un árbol y secándonos ante la chimenea.

Quiero que me rompas los planes para demostrarte que estoy preparado para quererte en el riesgo, para seguirte en lo imprevisto y enfrentar mis miedos. Quiero que rompas los planes porque los planes ya están muy vistos, porque cualquiera viaja con mapa y equipaje pero sólo los privilegiados se atreven a perderse sin nada o a buscarlo todo. Quiero que me rompas los planes para que podamos sobrevivir juntos, improvisar momentos, asustarnos o reírnos por nervios, y animarnos juntos frente a la adversidad o la sorpresa. Quiero que me rompas los planes porque la vida son descuidos que domamos como si fueran leones, y yo contigo no tengo miedo porque me haces superhéroe. Quiero que me rompas los planes para probarte que el único sobresalto que me aterra es tu silencio y el único viaje que me da miedo es aquel que te lleve muy lejos; y no hay distancia más larga que tus silencios ni vehículo más rápido que tus palabras para superar cualquier recorrido. Quiero que me rompas los planes para que compruebes que con tus palabras de aliento y con tus besos yo invento planes, dibujo mapas, y los rompo a cada momento.

Quiero que me rompas los planes y me despeines la vida…porque el mayor desafío es la rutina de cada día pero con la pasión de descubrir cada día una rutina. Con cualquiera trazamos un plan para cumplirlo pero sólo contigo sería capaz de romper cualquier plan. Y ahora es el mejor momento, porque no lo teníamos pensado.