Hace casi cuatro años me preguntaron cuál sería la palabra sin la que no podría vivir o qué hacía mi vida completamente diferente… Y, siendo persona de reflexión y maduración, contesté al instante: “PAPÁ”… Pocas veces, incluso después del tiempo, he estado tan seguro de una respuesta y, desde aquel día, me la repito con frecuencia, de modo que en todas las ocasiones me ratifico contundentemente en ella. 

Que mis hijos me llamen, escuchar esa palabra de su voz, es mi modo de vida, lo que cambió y cambia lo que hago, cómo lo hago, porqué lo hago y para quién tiene sentido mucho de lo que hago. Eso no implica renunciar a la propia individualidad, sino más es una motivación inmejorable para alimentarla, cultivarla, evolucionarla… Mi ser es más completo con y para esa palabra y las voces que la lloran, ríen o chillan…

Es fácil apasionarse hablando o pensando de nuestros hijos, porque son esos pedacitos de vida propia, de nuestro propio “ser”, son un milagro incomparable de nuestra existencia, el motivo para todo, y la razón de casi todo… Pero es imprescindible asumir que aun siendo nuestros no son para nosotros, son para el mundo, para la vida; es importante asimilar que aun siendo un regalo y hasta un don, no son una propiedad… de ahí su extraordinaria dimensión como acto de generosidad. Nada hay más generoso que dar y crear vida.

Hace poco leí un reportaje en una revista sobre Matthew Mcconaughey, que a partir de ese día cambia mi percepción sobre él al respecto sin predilecciones especiales, porque en la entrevista central del reportaje citado afirmaba que él se hacía reiteradamente la pregunta de si era buen padre, y que responderla positivamente era esencial para avanzar y enfrentarse a todo lo demás. Rico, guapo, famoso, triunfador, envidiado… y expresa abiertamente que la piedra angular es su condición de padre y cualidad como tal. No es que sea mi ídolo, ni lo propongo necesariamente como tal, pero sí es muy reseñable que esa condición es un anclaje vital de tal magnitud que en ámbitos de referencia quizás frívola o superficial, tiene calado y presencia concreta, es un símbolo de “humanidad” que aproxima todo. También la historia cuenta que Felipe II le recomendaba a su hijo Felipe III que no se encariñase con sus hijos hasta que no cumplieran cierta edad, por los riesgos de fallecimiento prematuro… hoy vivimos desde su nacimiento pendientes de su futuro y preocupados y ocupados con nuestro presente, y los hijos necesitan y demandan nuestra vida con ellos por encima de todo… y qué difícil es, pero qué necesario descubrirlo y gestionarlo.

Estas líneas se quedarían muy cortas para mí si hubiera optado por describir lo que son y significan mis hijos en mi vida, porque hasta las letras son insuficientes cuando se trata de ello, dado que las palabras se inventaron después de la vida, y son consecuencia de ella, y por tanto son escasas ante una dimensión de ellas que personifica, dignifica y magnifica los sentimientos y los hechos: nuestros hijos. Tenerlos es mucho, todo o casi todo, te hace mejor por ti y para ellos… Desde la responsabilidad y el amor, son refugio y motivo, descanso y cansancio, satisfacción y preocupación,.. Pedacitos de ti, trozos de nuestra máxima capacidad de querer…

Y todo este rollo del Mcconaughey y de emociones, como antesala de una visión que propongo y que realmente me creo: vernos como padres, ver a los demás como padres de sus hijos, ser capaz de empatizar en ese punto en común con aquellos o aquellos con los que compartimos ámbitos diversos, más tensos o fríos… Restaría una inmensa carga de conflictividad al mundo y a nuestro modo de gestionar las relaciones. Yo lo intentaría… hay poco que perder y mucho que ganar, y hasta me parece fácil, hablar o pensar con otros y en otros como padres, y desde ahí construir soluciones. El ser vivo procrea por naturaleza, y ama su obra por inercia consustancial… Eso es algo que compartimos, en lo que coincidimos. Percibir y apreciar al “papá” que hay en el prójimo nos permite abordar la parte más humana de cualquier comunicación.

También hace un tiempo una compañera tras una negociación fuerte, me confesaba que ella se fijaba en las “actitudes familiares” de los demás para catalogarlos, es decir, en cómo eran como padres, madres, esposos o esposas para clasificarlos y gestionar la comunicación con ellos. Y esto me refuerza en mi propuesta de la “solución PAPÁ”… Mary Poppins tenía su “supercalifragilisticoexpialidoso” para propiciar el optimismo y la creatividad. Yo me repito y guardo en la caja fuerte de mi memoria y mi corazón, o sea, en mi alma, las voces de mis pequeños llamándome “papá”, para afrontar y regresar de cada reto… Papá es mi palabra, para siempre y desde siempre, porque su verdadera dimensión me la da también ser hijo, y necesitar y desear poder decir todavía, cada día, yo mismo: papá…

Papá es un camino, una palabra sanadora, una solución, pero sobre todo es un “ser” que lo impregna todo.