En esta época se hacen palpables y especialmente intensos los movimientos soberanistas o nacionalistas, la confrontación territorial, y la inquietud política. Y precisamente en esta época me permito establecer un paralelismo entre esas tensiones y las realidades de muchas sociedades mercantiles donde la dificultad o estrechez económica ha desatado discrepancias que antes no existían o habitaban enmascaradas y contenidas en su beligerancia, por la bonanza comercial y la rentabilidad de las operaciones. De suerte que esa crisis material acaba desencadenando controversias entre socios que terminan por contaminar y destruir aquella empresa que otrora pareció tan sólida y en armonía. Así afloran lealtades de papel, se enturbian los ánimos y se cuestiona todo detalle que en su día se dio hasta por bueno, provocando una espiral de confusión donde todos engañaron a todos y todos se sintieron engañados, aunque no hubo más engaño que el de cada uno en sí mismo…

Esta reflexión invita a valorar como una disyuntiva o dicotomía dos términos no necesariamente opuestos, ni adversos; pero que en todo caso son claves para analizar la causa y sus consecuencias o solución: la identidad entendida como compromiso e interiorización de un “ser” común, de unos valores y principios compartidos y beneficiosos para una colectividad; y el interés, concebido como la prioridad de obtener lo que deseamos desde una visión más individual, más autónoma, una ventaja irrenunciable o considerada muy importante. Pero insisto, no son contrapuestos, y es más, tal vez el camino esté en relacionarlos, esto es, que haya interés en la identidad y que la identidad sea interesante.

Al aplicar este planteamiento a la actividad empresarial y en particular a la operativa societaria, comparto como convicción que ambos conceptos deben interaccionar para el funcionamiento y desarrollo óptimo de la empresa. Es esencial el compromiso con una identidad definida y reconocible, una “marca” que recoja valores, principios, estilo, objetivos, modelo de gestión y expansión…que sean asumidos por aquellos llamados a impulsarlos, liderarlos o aportar valor en su crecimiento… Y siendo básico contar con esa identidad y la necesaria identificación con ella de los que están en el “barco”; no menos trascendente resulta que esa identidad e identificación suscite un interés en forma de rentabilidad y compensación proporcionada que la haga sostenible y competitiva, satisfaga expectativas y necesidades, responda inquietudes… Todo ello, sin descuidar que también debe mantenerse la separación adecuada de estos términos, porque peligrosamente perniciosa y perversa llega a ser la contaminación o la confusión de la identidad con el interés y a la inversa, es decir, que uno se sienta identificado mientras permanece el interés, y que esa identidad dependa de atraer el interés a toda costa. Así pues, esa vinculación viable, cuidadosa y razonada entre identidad e interés representa la línea de equilibrio fundamental de una realidad mercantil… y quizás de un país

Y es que al extrapolar todo esto a nuestra querida y maltrecha nación no supone un disparate adivinar muchos de esos efectos y consideraciones. Ejemplos muy de moda con el “arreón” de Cataluña y el “genio” tranquilo del País Vasco. Ambos territorios con una identidad interna  realmente elogiable en muchos aspectos, y que ensucia su valor cuando para afirmarse y justificarse entra en conflicto o busca la confrontación con otra identidad absolutamente justificada, histórica y tradicionalmente asumida. En suma, que la fuerza y el peso de una identidad no conlleva la ruptura o la incompatibilidad con otra, que viene siendo y debe ser aglutinadora y marco de acogimiento de múltiples identidades, y ahí radica su interés y su sentido. No hay mayor poder que aquel que es reconocido sin la necesidad de ser impuesto, y la identidad más firme es aquella capaz de ser reconocida y generar un entorno plural donde quepan muchas identidades en sana convivencia. Y más aún, esa identidad legítima de origen casi siempre, se desvirtúa y desacredita a sí misma cuando se intoxica de un interés más material que sentimental o emocional. Porque la identidad no se negocia si es auténtica y si se negocia es que tiene una parte de interés tan acusada que perjudica la credibilidad de esa identidad. Sirva como ejemplo no malicioso lo de los contratos de Messi (diría también Cristiano, pero este no renueva cada seis meses), que cada vez que llega a 30 goles o pasan seis meses se empieza a negociar un nuevo contrato, y en medio son continuas las afirmaciones sobre compromiso con el club.

Incluso para que se entienda mejor recurro a un chiste que he visto recientemente y que podría aplicarse a cualquier gobernante en tesituras similares que pregunta a su pueblo: ¿qué es lo que queremos?; y este responde como un clamor: ¡La independencia¡. Y después el gobernante vuelve a preguntar: ¿y cuánto estamos dispuestos a pagar?. Y de nuevo el pueblo unido en una sola voz atronadora estalla: ¡Viva España¡.

Pero es que a la inversa también ocurriría: si preguntasen a los españoles si quieren la independencia de Cataluña, una inmensa mayoría diría que no, y si añadiesen la siguiente cuestión acerca de cuánto estaríamos dispuestos pagar por ello (o supiésemos realmente cuanto estamos pagando) la mayoría diría: Adéu…¿o no?… El caso es que se entremezclan de modo deleznable identidad e interés, hasta el punto de gangrenarse de modo recíproco y mixturarse produciendo un hedor sospechoso.

Otra derivada de este paralelismo mercanatil-sociológico-político, nos sitúa en el hecho de que es poco viable sostener 17 estructuras similares que son responsables de un espacio determinado con competencias parecidas y a su vez diferentes, aunque linderas, con una supraestructura común. Esa insostenibilidad se basa en que los “clientes” son los mismos para todas ellas, y aún más grave, los ingresos para su mantenimiento parten de los “mismos” bolsillos.

 Y de este “drama” no exento de sarcasmo, llegamos a la conclusión que da origen a esta modesta disquisión: ponderemos y revisemos la identidad y el interés, que interaccionen ambos conceptos sin intoxicarse y una vez definidos con responsabilidad… avancemos; porque que con las emociones y pasiones no se juega, y con el dinero…tampoco. Y si un país no es una mercantil no lo tratemos como tal, y si es necesario gestionarlo como tal seamos prácticos y coherentes.