Estaba decidido a decírselo. El peso en forma de melancolía e impotencia era demasiada carga para cada día. Todo eso pensaba mientras se afeitaba ante el espejo aquella mañana.

Salió del baño con la toalla en la cintura y a medio secar, y ella todavía estaba en la cama terminando de sacudirse la pereza del amanecer, sin abrir los ojos pero percibiendo el entorno o adivinándolo por la costumbre.

– “¡Sé que quieres a otro!”-. Recriminó él con firmeza y tono elevado, y ya con los ojos de ella abiertos pero antes de que ella pudiera reaccionar siguió diciendo con ira contenida -”Sé que suspiras por él, que se te eriza la piel en su presencia, y adoras sus palabras y sus besos más que nada; que tu cuerpo se agita en su presencia y echas de menos cualquier ausencia suya, hasta el punto de que lo demás es secundario, y él es tu motivo para todo. Cuando se trata de él siempre tienes la capacidad de encontrar el tiempo y el espacio, no te puede el sueño o el cansancio, y te encanta ir a su encuentro y buscar un hueco, furtivo o clandestino, para la intimidad, o inventar una cita”-.

– “Pero…¡qué dices!. ¿Qué invento es ese?”- … gritó ella sobresaltada con indignación al tiempo que se incorporaba.

– “Sé que es verdad…porque ese otro soy yo mismo, o lo fui, en otro tiempo pasado, y hoy nos ha destrozado nuestra propia rutina…”- Contestó él con un susurro de voz ahogado por un leve sollozo- “Y ya no puedo más con la espera de ser aquel o de que tú seas aquella”.

Se hizo un denso silencio mientras se miraban fijamente.

– “Pues no esperemos más…”- dijo ella recomponiéndose.

Y el silencio se convirtió en esperanza.