“Toma mi mano… Sujétala, no me sueltes”. Estas palabras se cruzaron el otro día en mi vida de un modo peculiar y lleno de sentido: en una entrañable homilía de una boda. Y resuenan en mí con profundidad, con reiteración y densidad… Os invito a repetirlas en voz baja lentamente, en cualquier idioma varias veces…
Y es que siento que en esto consiste la vida, sus emociones, su sentido: tomar la mano adecuada, saber quien coge nuestra mano, sentirnos acogidos y protegidos a través de ello, afrontar un camino compartido, sentir que nos la aprietan y sujetan con amor, con ternura, con firmeza, con verdad… Todos somos capaces de recordar o imaginar, evocar en definitiva, momentos en los que nuestras manos se enlazaron con otras manos, y no hablo de un apretón protocolario o mercantil, sino de cruzar los dedos del otro, acariciar su palma o sostenerla sobre la tuya, rodearla… Hasta el punto, que tenemos clara la intimidad de un beso; pero casi hay tanta o más en esas manos que se hacen una. Un beso puede tener su variante de cortesía, pero tomar la mano así, como cuento, eso es pura intimidad.
De modo que han aflorado en mi memoria algunas vivencias que me reafirman en esas percepciones, o se me han presentado con claridad acontecimientos pequeños pero llenos de grandeza. Así, recuerdo cuando al final de mi adolescencia y poco antes de empezar la carrera y salir de mi casa, mis padres me dijeron aquello de «llega el momento en que debes tomar tus propias decisiones»… Y después en una carta que todavía tengo grabada en mi alma aludieron a aquella mano que desde mi niñez se agarraba con fuerza a la suya para ir a muchos sitios… Esa mano, pequeña de entonces, ahora parecía tener que soltarse; y sin embargo, lo que habitaba en ese mensaje era un “hold may hand”… porque ese “despegarse”, ese soltar la mano, suponía sentir su mano para siempre, porque hay manos que una vez entrelazadas ya jamás se separan.
Después me asalta como si fuera aquí y ahora, aquellas manos de amor juvenil, el amor infinito, electrificante, el amor para siempre; que hacía que el roce entre los dedos se sintiera en el estómago como una corriente, un cosquilleo vertiginoso, intenso… La pasión del amor inmaduro, de la mano tierna, deseosa de la otra mano, que el tiempo maceraba e iba transformando desde manos aventureras y curiosas, apasionadas o necesitadas, a manos compañeras, con forma de refugio, de descanso; desde manos llenas de palabras que evitaban el silencio; a manos indivisibles que se dan paz y calma y fluyen en silencio o apagan cualquier ruido. Aquellas manos exploradoras y descubridoras se tornaron hogar, descanso y alimento. Manos que pasaron de ser el camino de la otra a hacer un camino con la otra, que hoy es un solo camino o quizás, hoy sabemos que esas manos eran y son el camino en sí mismas.
Y las manos de despedida… Precisamente, retumba en mí la trascendencia de la mano, por aquellas que no acaricié ni sujeté lo suficiente…en esos últimos momentos. Las manos de mis abuelos curtidas, castigadas, decrépitas y desgastadas; las que tomé entre las mías en sus últimos alientos, en su adiós; y la mano de la abuela que se fue sin que pudiera hacerlo. Y qué importante era para ellos un instante con mi mano en las suyas, aun unos segundos que pasaron desapercibidos, que hoy son eternos a la par que insuficientes.
Hoy son mis manos sujetando las de mis hijos, sintiéndolas entre las mías, tomándolas, necesitando que me necesiten; apretando para que les quede la impronta de firmeza y seguridad, pero también para silenciar mis dudas o inquietudes, para que no se conviertan en temor o miedo, porque mi mano ya es para ellos, es suya para siempre…y se la llevarán aun sin mí. Hoy sus dedos son mi alegría, y los míos son su calor y su cobijo…hasta cuando corren en los paseos o se alejan, sé que volverán a mi mano, que la buscarán, y la seguirán encontrando; y debo tenerla lista y acostumbrarla a la espera paciente y serena.
Hold my hand… Si lo sentimos, nos lo han dicho o hecho sentir, si lo hemos dicho o hecho sentir a otros… Si tenemos eso y somos capaces de darlo, somos afortunados, porque tendremos el mayor motivo para ir, llegar o intentarlo, y un sitio donde regresar siempre; y eso al final y al principio es vivir… Hold my hand., por las manos que nos dieron y por las que somos capaces de dar.
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